Estuve como participante en Mérida en la reunión de los legisladores encargados de redactar la ley y me asombró que los legisladores de la Comisión de Cultura no conocieran ni les dieran importancia a las repercusiones terribles, que todavía agobian a nuestro país, de las nefastas Leyes de Indias
En estos tiempos de discusión de los contenidos de la próxima Ley Federal de Cultura, es menester defender el derecho inalienable que todos los mexicanos tenemos de no perder nuestra identidad cultural. Y dejar muy claro que los ciudadanos tenemos derecho de dirigirnos a los legisladores para pedir que nuestra identidad forjada durante tres mil años no se pierda asfixiada por la colonización ni ahogada en el tsunami de la globalización.
Estuve como participante en Mérida en la reunión de los legisladores encargados de redactar la ley y me asombró que los legisladores de la Comisión de Cultura no conocieran ni les dieran importancia a las repercusiones terribles, que todavía agobian a nuestro país, de las nefastas Leyes de Indias; leyes que fueron el cimiento de la Nueva España y que nos gobernaron durante trescientos años. Leyes que dividieron a la Nueva España en dos Repúblicas: la de los indios y la de los españoles. Esto es la de encomenderos y los encomendados, los vencedores y los vencidos, los hacendados y los peones muertos de hambre. Y esa brutal diferencia todavía subsiste.
La insurrección de Chiapas, el problema de los maestros y los 43 de Ayotzinapa son acontecimientos que tienen su oscura raíz en esas leyes. Consecuencias que llevan al absurdo de dividir artificialmente a la cultura en “Alta cultura” y “Culturas populares”. Me asombró que los legisladores no hubieran siquiera pensado en que existe el derecho de no perder nuestra identidad. Me asombró que me miraran con extrañeza cuando pedí que la nueva Ley contemplara la redistribución de los bienes culturales. Y tuve que explicar que los bienes culturales no pertenecen a una pequeña élite de mexicanos, sino a todos.
Y me miraron con asombro cuando pedí que la Ley estableciera metodologías modernas para la preservación de los intangibles culturales generados por nuestras suntuosas ceremonias tradicionales como las Pastorelas, las Adoraciones de reyes, las Guerras de moros y cristianos, los Carnavales indígenas y los cientos de representaciones sagradas que conforman el Teatro ritual tradicional mexicano.
En contraste con los asombros de los legisladores, las autoridades culturales de Coahuila acaban de dar un ejemplo magnífico al recuperar la representación sagrada de los matlachines: punto de unión entre las culturas chichimecas y las tlaxcaltecas que fundaran Saltillo en el siglo XVI. Y la recuperaron como recuperó Amalia Hernández las danzas mexicanas y yo las Pastorelas en Tepotzotlán desde 1964, probando a todos que es posible energizar la tradición y, respetándola, permitir que evolucione y con ello evitar que se pierdan nuestros intangibles culturales.
Y como se asombraron también cuando les hablé de la prodigiosa colección de Luis Márquez de ocho mil trajes regionales auténticos, recogidos penosamente por él en todos los poblados indígenas en el primer tercio del siglo XX y que yacen almacenados en el Claustro de sor Juana.
Parecería que los prejuicios cinco veces centenarios acerca de la superioridad de la República de los criollos sobre la de indios no permite advertir que estas representaciones tradicionales pueden tener ventajosísimas consecuencias: rehacen el tejido social tan deshilachado en nuestros días —y me pregunto ¿qué hacen las autoridades para tratar de reparar nuestro tejido social? ¿Gobernación? ¿Secretaría de Cultura? ¿SEP? ¿Se han planteado siquiera el problema?—, atraen al turismo, preservan nuestros intangibles culturales, enriquecen nuestra identidad nacional. Sería obligatorio que los legisladores contemplaran cómo puede la ley generar reglamentos que les abran los ojos a las autoridades culturales municipales, estatales y federales para concertar esfuerzos y diseñar metodologías modernas que salven nuestros tres mil años de culturas originales.
Sí es posible y los esfuerzos de Amalia, de Coahuila y míos lo prueban. El derecho a no perder nuestra identidad cultural no puede ser una dádiva ni una graciosa concesión. Es un deber ineludible, señoras y señores legisladores.
Correo: miguelsabidoinc@yahoo.com