El derecho a la ciudad o la vida después del Tuzobús.

El escritor José Saramago solía platicar la historia de una mujer que al morir pidió sus cenizas fueran esparcidas en un centro comercial porque ahí había pasado los momentos más felices de su vida. Posteriormente el escritor lusitano escribiría, tal vez inspirado por esta imagen, la novela La Caverna, soberbia crítica de la situación actual en las ciudades. Para comprender o complementar esta imagen, aunque con menos destreza, hago esta breve reflexión.

Cuando realizaba mis estudios en Ciencias Políticas y Administración Pública, había una materia donde nos mostraban los casos exitosos de políticas públicas en las ciudades. Uno fue el que me llamó la atención: la disminución de la violencia debido a la iluminación de las calles. Aunque pueda parecer absurdo, existe gente sosteniendo semejantes disparates. Lo importante en la ciudad es la fachada, parecen decirnos. Caso parecido sucede en Pachuca. Letreros enormes anunciando Vive tu Ciudad, la colonia Palmitas puesta como ejemplo en la erradicación de la violencia con sólo pintar un enorme mural; el Tuzobús como método para hacer más eficiente el transporte. Sin embargo, detrás de la fachada surge siempre la cruel realidad: no podemos vivir la ciudad porque no hay espacios públicos dignos para hacerlo, la pinta de casas sin la mejora en las condiciones sociales y económicas de la población se convierte en una broma cruel, y el Tuzobús por ineficiente y costoso genera un descontento profundo en la ciudadanía.
Algo anda mal en nuestra ciudad. Al menos si seguimos las recomendaciones de Mauricio Merino este tipo de políticas deben sus fallas a tres razones: la opacidad en las decisiones, la delimitación facciosa de lo que se considera de interés común y el disfrute cerrado de los bienes comunes. En ninguno de los casos mencionados hay al menos el acercamiento a estos tres puntos.  A donde sí nos acercamos es a la novela de Saramago, pero en una versión chafa y degradada: los sitios donde se desarrolla la vida social en Pachuca son los centros comerciales; lugares asépticos  que nos hacen olvidar la sordidez de nuestro espacio público.
Sin embargo, llega un punto de quiebre donde el cuento no se sostiene más y la población se revela. Ejemplos de esa pequeña mecha que incendia praderas y genera trasformaciones profundas es el caso de comunidades como Santa Catarina en el Estado de México y en San Ildefonso Chantepec en Hidalgo, que se enfrentaron al monstruo de los transportistas y lograron hacer su cooperativa. A nivel internacional, acaso el ejemplo de la lucha por un trasporte digno sea el Movimiento Pase Libre (MPL) en Brasil, que desde su fundación en el año 2005 logró movilizar a miles e incluso millones, para frenar el aumento de los costos.
La lucha por un transporte digno es parte central en la lucha por el derecho a la ciudad como  una de las reivindicaciones más latentes en nuestros días. Para el geógrafo David Harvey, el derecho a la ciudad es un tema ciudadano central pues los procesos de urbanización y de transformación del espacio tienen que ver con el proceso de acumulación de capital, el cual deja a su paso despojo y marginación.
Por ello, si nuestras cenizas no tienen que ir a parar a un centro comercial o de plano a las vías del Tuzobús, es necesaria la organización colectiva.

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