EL DEDO

 

 

  • Entre los jóvenes y alguno que otro chavo ruco, por pereza mental, las señas suplen a las palabras; así se da lo que se conoce como “el dedo grosero”; esto es, el dedo medio, erecto, que sobresale a los demás, doblados, en simbólica connotación fálica.

 

 

En tradicional clasificación, los profesores de Español pontificábamos: “Hay tres clases de lenguaje: el hablado, el escrito y el mímico”; este último se compone de: ademanes, posturas, movimientos corporales, gesticulación, contacto visual, señas… Obviamente, para hacer uso de esta peculiar forma de comunicación, el ser humano recurre a  diferentes partes de su anatomía; en este esquema, los dedos parecen instrumentos de importancia menor si se les compara con las extremidades superiores, inferiores y otros mecanismos de comunicación corporal.

 

Los dedos, sin embargo, tienen importancia tanto real cuanto simbólica, en los escenarios naturales de la vida en sociedad. Los árabes, en México, hablan del “dedo vaginal”, que se utiliza para pasar con mayor facilidad las páginas de un libro.  Su peculiar dicción hace que tan dilecta etnia diga, al usar el dedo medio, de la mano diestra (o siniestra), humedecido con salivita: “vágina uno”, “vágina dos”, “vágina tres”…

 

Entre los jóvenes y alguno que otro chavo ruco, por pereza mental, las señas suplen a las palabras; así se da lo que se conoce como “el dedo grosero”; esto es, el dedo medio, erecto, que sobresale a los demás, doblados, en simbólica connotación fálica.

 

El dedo explorador, era (¿o es?) herramienta de primera necesidad para los proctólogos, quienes necesitan recurrir al tacto para fundamentar su diagnóstico en relación con el tamaño de la próstata. Dicen algunos de los afectados, que el facultativo debiera recurrir, en estos casos, a manifestaciones afectivas previas. La ciencia es fría, sin embargo, conozco varios romances que se originaron así.

 

En redes sociales se utiliza el dedo pulgar (gordo) hacia arriba en un puño cerrado, como expresión de aprobación; o hacia abajo, para indicar reprobación e incluso muerte. Si nos remontamos al poder que sobre la vida de gladiadores vencidos tenían los emperadores romanos, la posición del dedo es determinante.

 

En materia administrativa y laboral, se utiliza la expresión coloquial “poner el dedo”; esto significa que un determinado trabajador se encuentra en la “lista negra”; infamante práctica que lleva consigo un estigma que cierra todas las puertas. Es un castigo sin fundamento legal que deja a la víctima en total estado de indefensión.

 

Desde infantes, quienes recibimos educación tradicionalista, supimos que es una gran majadería señalar con el dedo a las personas, no así a los animales y a las cosas. También, en el pueblo, los niños evitábamos señalar al arcoíris, porque nos saldrían mezquinos en las manos.

 

Todo lo anterior, viene a cuento porque en oratoria clásica, pocas cosas son más penadas, al calificar los ademanes de un concursante, que la obstinación de éste por señalar con el índice al jurado, al público o a nadie en especial. Utilizar el dedo en una tribuna, se considera signo de mal gusto y pésima educación.

 

Como extensión de lo anterior; en política se hizo casi institucional la palabra “dedazo”, para connotar la designación de candidatos a cargos de elección popular, sin consultar a los potenciales electores. El “mandamás” en turno, simplemente decía “éste es su candidato y apláudanle”. En este sentido, pocos son los ungidos en diferentes tiempos, que estarían (¿estaríamos?) libres de culpa para lanzar la primera piedra.

 

Alguna vez, en este espacio, hablé de “el dedo democrático” como procedimiento para evitar divisiones y aún desbandadas en el seno de una determinada organización. Ponía como ejemplo la designación de un candidato a la presidencia de cualquier municipio. Lo lógico sería realizar confiables estudios de intención del voto, para saber cuál de todos los aspirantes contaría con la aceptación mayoritaria y garantizaría el triunfo en las urnas. Una vez detectada la persona, independientemente de las simpatías que por ella tuvieran los altos dirigentes del partido o del gobierno, declarar su candidatura por aparente “dedazo”. El dedo, en este caso, cumpliría la democrática misión de: mandar obedeciendo.

 

En otro orden de ideas, el índice que se esgrime, suele interpretarse como espada de fuego que ángeles y arcángeles vengadores, esgrimían para expulsar a los pecadores del paraíso terrenal.

 

También es manifestación subconsciente de líderes con espíritu de dictadores. Un dedo que apunta desde una elevada tribuna, proyecta: autoritarismo, intimidación, amenaza, abuso de poder…

 

Mejor no juguemos con el dedo, ni para dar o recibir una ración de atole.

 

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