EL FARO
La palabra economía procede del griego y significa o hace referencia a la “administración o gestión de la casa”. En el transcurso de la historia esta área del conocimiento ha ido transformándose en algo cada vez más complejo. Poco a poco la administración de los bienes comunes nacionales ha desarrollado modelos para la gestión de dinero, propiedades y relaciones internas de este tipo en su territorio. También, poco a poco, estos modelos se han extendido al conjunto de interrelaciones internacionales. La economía se extiende, por tanto, del ámbito micro al macro, del ámbito de lo privado al de lo público, de lo nacional a lo internacional.
En todos estos campos, la economía busca la racionalidad, la recta administración de los bienes, la prolongación hacia el futuro de la viabilidad de las relaciones privadas, nacionales e internacionales del tipo correspondiente. La economía construye sistemas de conocimiento que puedan entender cómo funcionan estas relaciones, qué se puede hacer y qué no se puede hacer (relación entre economía y derecho) y cuáles pueden ser las mejores estrategias para mejorar la vida de privados, naciones y el mundo completo.
Aunque esta descripción es somera y grosso modo corresponde a lo que pudiera indicar el sentido común que debiera ser la preocupación y ocupación de la economía, podemos también apuntar que la economía no solamente se fija en cómo son las cosas, a su análisis, predicción y corrección de las actividades humanas de este tipo. Esta área del conocimiento tiene también una relación con el deber ser, con la ética.
Como se dijo más arriba, la economía, etimológicamente hablando, se fija en cómo se administran o comportan las personas en su casa para poder llegar a fin de mes, para poder adquirir los bienes que necesitan, para comer y vestir como corresponde, en poder ir creando un patrimonio, etc. Esto implica necesariamente que hay maneras correctas que ayudan a poder obtener lo mencionado. Y hay, por tanto, maneras incorrectas que no lo logran. Esto es, hay estrategias que deben seguirse y otras que no. Aparece ya la palabra “deber”, la ética. Porque estas estrategias no solamente tienen que ver con cómo adquirir bienes, sino que también toman en cuenta cómo administrarse para ayudar a los demás, para aportar a la comunidad, para mejorar los espacios públicos, para generar mejores condiciones de vida. De tal manera que la utilidad o la ganancia no es la regla preponderante ni de la economía ni de la administración.
Desde principios del siglo XXI, por no irnos demasiado lejos, hemos vivido y sufrido crisis económicas que han afectado a todo el mundo. La crisis financiera del 2008, los efectos internacionales de la pandemia, las consecuencias de la invasión de Ucrania, la actual inflación, son algunos de las situaciones que hemos estado viviendo. En este contexto, los inversionistas rapiñeros, las farmacéuticas, las compañías energéticas, las casas de inversión, los bancos, entre otros sectores, se han hecho de oro. Han obtenido ganancias inmensas, por encima de lo normal. Como contraparte, los ciudadanos y las naciones han retrocedido tanto en sus ganancias, como en sus bienes y en la prospectiva a futuro.
Desde la relación entre economía y deber ser, entre economía y ética, ¿no sería posible que tanto la política como el derecho apoyaran exigiendo mayores impuestos a estos sectores beneficiados por la situación común, justamente para apoyar en la mejor administración y bienestar de los hogares particulares, de las naciones y del mundo entero?