“El cuarto vacío”

RELATOS DE VIDA

Han transcurrido dos años desde su última visita, tan solo 24 meses desde que se encontró con su segunda familia; los compromisos familiares, escolares, un tanto la inseguridad y otro tanto su edad fueron razones suficientes para alargar su regreso.
En ese entonces tan sólo contaba con 15 años de edad, recién había festejado sus 15 primaveras, un anhelo de la mayoría de jovencitas; y un motivo más para retrasar el viaje a una tierra que la recibió con amor e ilusión cuando apenas tenía 13 años.
Finalmente el día había llegado, arribó en su ciudad natal el autobús que la trasladaría, por cerca de seis horas, entre sueños imaginaba cómo sería su recibimiento, quién estaría esperándola, que haría primero, qué tantas historias le contarían, que nuevas experiencias y anécdotas atesoraría.
La emoción le impedían dormir, trataba de cerrar los ojos y relajarse, pero la ansiedad dominó; unos cuantos vistazos a la ventanilla le alertaban que todo había cambiado; la  propia carretera, los señalamientos, más edificios, unidades habitacionales y más, muchos más carros y gente.
En cada kilómetro recorrido trataba de recordar cómo era antes, comparar, e imaginar las modificaciones del hogar donde habitaría por las vacaciones, por más de mes y medio, sabía de algunas de ellas porque le informaron por teléfono, pero trataba de encajarlas en su último recuerdo.
Se sentía preparada para enfrentarlo todo, el cúmulo de cambios, pero aún no estaba preparada para enfrentarse a una realidad que había guardado durante dos años, y en la que había trabajado diariamente, el cuarto cálido del pasillo.
Este espacio en particular, había sido el entorno más acogedor de la casa, en él se recordaban historias, se leían relatos, se contaban sueños, se vislumbraba el futuro; pero particularmente se añoraba el pasado.
Su parecido con la “viejita” era impresionante, incluso provocaba escalofríos, por eso era la adoración de su “tata”, el ser la nieta más pequeña y semejarse físicamente a su compañera de vida, la dotó de más atenciones; por ello, sus recuerdos, a pesar de dos años de separación siguen siendo gratos.
Llegó a casa con abrazos y emoción, depositó sus pertenencias a la entrada, se dirigió al baño a refrescarse, se sentó por unos instantes mientras escuchaba palabra de alegría por su llegada, exhaló en repetidas ocasiones, se levantó de la silla y se dirigió lentamente hacia el cuarto que se encontraba justo en medio del pasillo.
Todo estaba como lo recordaba, las cruces estratégicamente colocadas, un bastón recargado sobre el gran ventanal que a su vez estaba decorado con herramientas de trabajo, además de una pila de medicinas y un respirador.
En el espejo del tocador, las mismas fotografías pegadas; y en el tocador recuerdos de bautizo de sus bisnietos; en el buró de la cama una biblia y el selecciones; todo seguía igual; pero la cama estaba sin arrugas y la habitación no desprendía calor; se trataba de un cuarto paradójico, lleno de decoración pero vacío de corazón, su tata ya no estaba, hacía dos años que había partido y no pudo despedirse; soltó algunas lágrimas retenidas por un par de años, en tanto recorría cada espacio y tocaba cada una de sus pertenencias. Finalmente se sentó en el que fuera el último lecho de su adorado viejito, dio un suspiro y entonó ¡Gracias tata por todo tu amor!

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