Historias de Buró
Tumbado sobre una cama que apenas tenía una cobija para aminorar el frío y una vieja almohada para sostener el cuello se encontraba Vigencio, una mano salía casi tocando el suelo, entre sus dedos la colilla de un cigarro que hacía horas se había consumido.
En aquella habitación rodeando la escena se encontraban tres personas, la madre de Vigencio, su hermano y una vecina chismosa que lejos de brindar apoyo a la familia no dejaba de criticar al sujeto postrado en la cama, quien en calzoncillos dejaba ver su enorme barriga producto de los cientos de tacos y garnachas que solía atascarse todos los días, se tocaba los huevos con la otra mano como intentando protegerlos de algún golpe, las uñas de sus pies sucias y enormes le producían mayor asco que el hecho de verlo muerto.
Un día después lo había visto, cruzaba el pasillo de la vecindad y llegaba nuevamente borracho. Trató de alcanzarlo para exigirle el pago de la renta que ya llevaba una semana de retraso (procuraba ser puntual cuando tenía trabajo, luego al ser despedido cayó en depresión y al vicio) sin embargo, Vigencio la ignoró por completo y se metió a su cuarto sin voltear la cabeza.
Esa tarde mientras veía una película se fumó un cigarro, luego otro y otro más; en menos de una hora ya se había consumido una cajetilla completa y al verla vacía no pudo evitar pensar en lo mucho que consumía en los últimos años.
Desde que se había mudado de ciudad, convencido por sus nuevos amigos, fumaba en un principio dos o tres cigarros al día, después incrementó poco a poco.
Había sentido el cansancio cuando realizaba pocas actividades, la falta de aire y la tos rasposa, aunque fueron cosas sin importancia. Dos años después sus problemas se habían agravado. Varios dientes se le habían caído y la tos se había agravado.
Nunca tenía hambre o había sentido esa necesidad, sin embargo procuraba ingerir algo (siempre con doña Carmen la señora de las quesadillas).
Esa tarde recordó la mala vida que había llevado y se arrepintió de no haber cambiado antes, sintió nostalgia y al comenzar a llorar la falta de aire le comenzó a afectar. El cigarro que apenas había encendido se consumió sólo pues él ya no alcanzó a disfrutarlo.