Raúl Hernández Pérez, mejor conocido en el bajo mundo como “El Chita”, no era el chango de Tarzán, más bien era un cabrón súper nervioso, necio como su madre, cuando platicaba con alguien siempre le llevaba la contra, al enojarse gritaba, manoteaba, saltaba los ojos, y aventaba el descontón.
Estaba casado con doña Lola, una mujer muy calmada y comprensiva, siempre, para no tener problemas con su viejo le llevaba la corriente, vivían en el barrio de La Palma. La gente que lo conocía contaba que era así porque, al nacer, salió tan rápido, que se le cayó a la partera, dándose un madrazo, en la cholla y quedó un poco loco.
Solamente lo soportaba su vieja, no lo dejaba porque tenían 12 hijos, era tan necio que decía que todos eran suyos. Trabajaba en la mina de San Juan Pachuca, siempre en cualquier plática se metía en lo que no le importaba, lo que les caía hasta la madre era que se salía con la suya.
Un día estaba en la cantina aventándose un pulque, platicando con el cantinero salió el tema de carros y le dijo:
- ¡Yo, me cae de madres, te subo la carretera del Real del Monte con cualquier carro a una velocidad de 70 kilómetros por hora!
El cantinero le contestó:
- No seas pendejo, cualquiera la sube a esa velocidad.
“El Chita” se lo quedó mirando y le contestó:
- ¿En reversa?
- ¡No mames, mejor cambiamos de tema!
- ¡Pero yo te lo subo!
- ¡Sí, está bien, ya te dije que sí!
- ¡Oh, chinga! Consigue un carro y te lo demuestro.
Comenzaron a alegar hasta que el cantinero lo sacó a empujones:
- ¡Sácate de aquí, pinche necio!
Los cuates del barrio que lo conocían lo retaban a que hiciera algo que era difícil de realizar. El lechero tenía un burro, al que le decían “El Ojitos” no se dejaba montar por nadie, cuando lo intentaban, aventaba patadas, mordidas y respingaba, le dijeron al “Chita”:
- ¡A que no lo montas!
- ¡Cómo chingados no!
El burro lo tumbaba, se volvía a subir, lo volvía a tirar, terminaba raspado descalabrado y revolcado. Cuando llegaba a su casa, su vieja lo regañaba:
- ¡Mira nada más cómo vienes, parece que te atropelló un coche! ¿Qué te pasó?
- ¿Qué te importa?
- ¡Claro que me importa, un día te vas a rajar la madre y, ¿quién va a mantener a tus hijos? por favor, no seas cucharas, no te metas en lo que no te importa, dedícate a lo tuyo, la otra vez le dijiste a mi comadrita que le ponías la luz y quemaste toda su instalación, la pobre se quedó a oscuras.
- Lo que pasa es que esos babosos me retan, se burlaron porque no pude montar al burro, pero me cae que mañana lo monto. Y se van a quedar con el hocico abierto.
Un día estaba leyendo una novela abajo en la mina, no se dio cuenta cuando se le acercó el capitán y le dijo:
- ¡Conque leyendo en lugar de ponerte a trabajar! Dame tu tarjeta, te voy a castigar.
- ¿Por qué? Si no estaba leyendo.
- ¡Te acabo de ver!
- ¡Que no estaba leyendo señor! No puede castigarme.
El Capitán le arrebató la novelita:
- ¡Te encontré leyendo, no lo puedes negar y te lo quité de las manos, esto es lo que leías!
- ¡Ya le dije que no estaba leyendo, señor, no sea necio!
Se pasaron más de media hora alegando, el Capitán le dijo:
- Ten el valor civil de aceptarlo y me olvido del asunto, no ha pasado nada.
- ¡Pero yo no estaba leyendo!
- ¡Está bien, no estabas leyendo, me equivoqué, perdóname, vete a trabajar!
- ¡Ahora no me voy, sí estaba leyendo ¿Y qué?
- ¡Vaya, al menos lo reconoces!
- ¿Quién le dijo?
- Ya lárgate, antes de que me arrepienta y te corra de la mina, ¡pinche necio!
“El Chita” era tan negativo que daban ganas de madrearlo, un día llegó su vieja y le dijo:
- Vamos a la casa de mi jefa, para que les ayudes a sacar una mesa grande al patio, quiere que les eches la mano a mi papá y mi cuñado. Que no pueden.
- ¡Déjame dormir un round y ahorita vamos!
La señora, que conocía a su viejo, sabía que no podía alegar con él, lo dejó dormir, como a la hora lo despertó, cuando llegaron, estaban haciéndole la lucha, pero no podían sacar la mesa, era grande, de cedro, muy pesada, “El Chita” dirigió la maniobra:
- ¡Sáquenla de frente, y denle un poquito de inclinación!
- ¡No sale, ya lo intentamos!
- ¡Tiene que salir, cómo no, empújenle fuerte, yo la jalo!
Salió su suegra al ver que “El Chita” la jalaba muy fuerte queriéndola sacar a huevo, le dijo que no la fuera a rayar, que lo hiciera con cuidado, pero no le hizo caso, gritándoles que la empujaran la sacó a fuerzas, a la mesa se le quebró una pata. La señora se enojó:
- ¡Ya le dieron en la madre a la mesa que me regaló mi madre, tú tienes la culpa, ellos lo estaban haciendo con cuidado y llegas con tus necedades!
“El Chita” le dijo que le prestara un martillo y unos clavos, que la iba a arreglar, la señora muy enojada, lo corrió de su casa. Sacó del brazo a su vieja, en el camino le dijo:
- Yo no entiendo a la pinche vieja de tu madre, primero me manda a llamar para que les saque la mesa y luego me corre!
- Es que se enojó porque le rompiste la mesa y tiene mucha razón era de buena madera, se la regalaron mis abuelitos, si tuvo que sacarla es porque mañana sale uno de mis hermanos de la escuela, le va a hacer una comida en el patio. Tú la echaste a perder, te están diciendo cómo y te montas en tu macho, quisiste que la sacaran a tu manera. No nos van a invitar a la comida por tu culpa.
- Puras habas da tu jefa, guisa sin sal, porque tu padre está enfermo de la molleja.
- No vamos a ir y los niños van a estar chillando porque quieren ir a jugar con sus primos y ver a su abuelita, pero en fin, no quiero problemas contigo y me quedaré en la casa!
- ¡Que no se ponga roñosa la vieja, porque me cae que voy y le tiro el mole!
La señora del “Chita” se puso seria, llegaron a su casa, le dio de cenar y se acostaron, a la media noche la despertó y le dijo:
- Mañana, ¿a qué horas nos vamos?
- ¡No vamos a ir, no nos invitaron, quítate lo necio, no vamos y ya.
- ¡Cállate el hocico!
- ¡El que debe callarse eres tú!
- ¡Para que se le quite a tu madre, si tú no vas, yo sí, nada le hace que no me haya invitado!
- ¡Haz lo que quieras y déjame dormir!
A la hora de la fiesta, “El Chita” llegó como si nada, acompañado de unos amigos, los atendía como si fuera su casa, fue el primero en sentarse y pedir que les sirvieran unas cervezas y a sus amigos que les dieran de comer. Su suegra estaba negra de coraje. Torciendo la boca, le preguntó:
- ¿Por qué no vino mi hija?
- ¡Porque usted no la invito!
- ¡A ella y a sus hijos los invité, al que no te invite fue a tí y todavía me traes personas que no conocemos!
- Mire suegra, ya me llenó el buche de piedritas, si quiere me voy y ahí muere.
- Lárgate, ¿quién te está deteniendo?
“El Chita” se levantó muy enojado, se metió a la cocina y volteó la cazuela de mole, tiró el arroz y los frijoles, para que la señora no lo agarrara, se echó a correr, la señora del “Chita” que sabía lo necio que era y que fue a la comida, le preguntó:
- ¿Cómo estuvo la comida?
- ¡No sé, nadie comió!