“EL CHILLÓN”

UN INFIERNO BONITO

En el barrio de La Palma, vivía Manuel “El Chillón”, era un boxeador de gran categoría, contrincante que le ponían enfrente, terminaba en la lona; su vieja Delfina lo cuidaba teniéndolo bien alimentado, pero en su trabajo en la mina le daban unas madrizas, que hacían que saliera con las patas arrastrando de lo cansado, mirando al suelo, parecía que le pesaban las nalgas.

Un día, a las nueve de la noche, en la Arena Afición, “El Chillón” estaba peleando, era el tercer round, se le doblaban las patas, tenía un ojo cerrado, le bailaba a su rival con el hocico abierto, por la ceja le escurría mucha sangre, su manager le hacía la lucha por taparle el agujero, pero la hemorragia no le paraba.

Su rival era “El Cabezotas” Pérez. Su entrenador, desde abajo del ring, le gritaba: ¡Acábalo de una vez, de un solo golpe! Tira un uper y crúzalo.

En cada madrazo que recibía “El Chillón” cerraba los ojos y aventaba golpes a lo loco, a ver si de chingadera, le pegaba uno a su enemigo, estaba a punto de caer cuando lo salvó la campana, su manager fue por él para llevarlo a su esquina, porque se había sentado en el banco de su contrincante.

Su entrenador era el famoso “Muerto”, su ayudante era “El Pichanchas”, a quién había dejado loco “El Pajarito” Moreno. Uno le echaba agua en la cabeza y el otro le sobaba las piernas. Haciéndole fintas, le decía: No seas pendejo, acorrálalo en las cuerdas, báilale, busca las partes blandas, ten listo el gancho al hígado.

“El Chillón” meneaba la cabeza, le decía que sí, pero no le entendía ni madres, le puso el protector. A la herida que tenía en la ceja izquierda, le puso un montón de vaselina, con el agua que le habían echado, sus pelos estaban parados, parecía que se acababa de levantar. Ya te dije “Chillón”, tírale un recto a la quijada y con eso ganamos.

Cuando sonó la campana, “El Chillón” salió como gallito de pelea, pero “El Cabezotas” lo paró en seco con un fuerte madrazo en el hocico, que por poco lo tumba, después se le fue encima sin darle tiempo a nada y le soltó una ráfaga de madrazos, que ya no sentía lo duro, si no lo tupido.

En las gradas todos los del barrio le aplaudían a pesar de que le estaban dando en toda su madre, su jefa, sus cuñadas, sus hijos y su vieja, bailaban como apaches en guerra para darle ánimos, eso hacía que “El Chillón” aventara madrazos a lo loco, sin que le atinara ninguno a su contrincante.

Hubo un grito de asombro, la gente se puso de pie cuando vieron que al “Chillón” le dieron un golpe entre frente y oreja, cayó a la lona levantando las patas, varios aficionados se unieron a la cuenta del referee.

Cuatro, cinco, seis, siete, ocho.

Sonó la campana, a rastras lo llevaron a su esquina, todo idiota miraba para todos lados y le preguntó a su manager.

¿Ya gané?

Ya merito, te van a dar en la madre si no te pones abusado, báilale cabrón, boxéalo, no dejes que te abrace, tírale golpes.

Anunciaron el quinto round, a pesar de que todos los aficionados sabían que “El Chillón” iba abajo en la puntuación, esperaban un milagro de que noqueara. Al sonar la campana, los dos boxeadores se dieron un saludo con los guantes en el centro de ring, bailaban como bailarinas cabareteras y comenzaron a aventar golpes.

“El Chillón” tenía un ojo cerrado, el otro medio abierto, por ahí le entraban los madrazos con facilidad, al primer minuto de round fue alcanzado por un gancho al cuajo, que lo dobló; otro madrazo al mentón y “El Chillón” hizo como la mujer maravilla, dio vueltas; cayó a la lona. El referee le contó diez, le hubiera contado mil y no se hubiera parado, estaba noqueado.

Le levantó la mano al “Cabezotas” su entrenador jalándolo de las patas, lo llevó a su esquina, le dio a oler amoniaco, “El Chillón” se paró hecho la chingada, moviendo los brazos como si quisiera volar.

Su manager ya no le daba consejos, si no que le mentaba la madre por pendejo, estaba enojado porque le había apostado el gasto de la semana, mientras que en las gradas, algunos tristes… Otros muy contentos.

La jefa del “Chillón” fue a darle un jalón de greñas a un aficionado que le aplaudía al “Cabezotas”.

Cálmese, pinche vieja loca, no se apasione.

Loca su madre, cabrón.

La señora se le aventó y le dio una cachetada y patadas en las piernas esperando que se abriera para darle una en las bolas. El señor le agarró las manos, para que no le siguiera pegando, la abrazó, perdió el equilibrio y se fueron rodando varios escalones, sus cabezas sonaban a bote viejo. El aficionado quedó encima de doña Rita, la mamá del “Chillón”, que se movía para tumbarlo.

Bájese cabrón, ¿qué va a pensar la gente?

Pues estése quieta, señora.

Llegó la policía, se metió en medio de los dos para separarlos, pero se aventaban golpes y se decían de maldiciones, uno de los policías recibió un golpe de la mujer, sacó su macana y le dijo: Ya estuvo bien, señora, usted es la vieja mitotera, me la voy a llevar al bote.

La gente del barrio y su familia la sacaron cargando de la Arena Afición para que no se la llevaran a la barandilla, jalándola de una mano y empujándola de las nalgas, llegaron a barrio, la mujer de Manuel y su hijos la acariciaron y le dijeron que hay que saber perder, la señora lloraba de rabia, quizás no pudo desquitarse, pero lo hizo cuando llegó “El Chillón”.

Mira nada más como te dejaron, se ve que eres muy pendejo, me dijiste que ibas a ganar, por eso me llevaron, pero me di cuenta que vales madre, desde este momento te digo que fue tu última pelea.

Debe de comprender, jefa, que en el boxeo a veces se gana y muchas se pierde.

Lo que me encabrona es que cada que voy a verte, te desmadran, por tu culpa tuve que aventarme un cayo con un pinche viejo burlón y luego los popochas me querían llevar al bote, le tuve que dar una mordida para que me soltara.

¿Le dio dinero, jefa?

Ni madres, le di una mordida en la mano. para que me dejara, pero gracias a Dios, saliste vivo.

Mire jefa, a lo mejor me faltó entrenamiento, ya pedí la revancha y veremos de qué tigre salen más rayas.

No mames hijo, date cuenta que no sirves para boxeador, le dabas una trompada al “Cabezotas” y el te daba como diez, nada más porque yo estaba en gradas, si hubiera estado abajo, me cae que me subo al ring y a los dos les parto la madre, uno por pendejo y otro por encajoso.

¡Mírate al espejo! Te dejaron con ojos de sapo, con el hocico de riñón, pero te juro por la memoria de mis papacitos que están en el cielo escuchando: te digo que si vuelves a boxear, te parto lo te dejaron de madre.

No me diga eso, jefa, es como una maldición.

Tómalo como quieras, pero ya me conoces, si a tu padre que estaba como animalote, le ponía unas chingas, hasta dejó la borrachera. y me respetaba, acuérdate que yo cumplo lo que digo.

Pasaron las semanas y “El Chillón” estaba incapacitado, no fue a trabajar como un mes, poco a poco se iba reponiendo de los madrazos, ya se había olvidado de la pena, acompañaba a su vieja al mandado. No faltaba un amigo que le recordara: ¿Cuándo vas a volver a pelear con el “Cabezotas”, para que le des en la madre?

Un día de estos carnal, no comas ansias.

Doña Rita, que era muy católica, se fue una semana a San Juan de los Lagos para darle gracias a la Virgen de que su hijo había quedado vivo. Le recomendó a su nuera que no lo dejara pelear y a él le recordó su promesa.

Una ocasión, “El Chillón” se puso con su vieja a arreglar un tubo que se rompió y le dijo: Ponte lista mujer, yo agarro el tubo con la llave y tú con la otra le das vueltas, porque está oxidado.

Estuvieron haciendo la lucha, su vieja se atontó y le soltó la llave, “El Chillón” se fue para atrás, aventando la herramienta hacia arriba, le cayó en la cara, abriéndole la ceja que tenía sentida.

Ya me acabaste de chingar, vieja.

Fue sin querer, vente, te voy a curar, para que se te pare la sangre.

Mientras lo curaba, llegó doña Rita, al verlo que estaba con la ceja abierta aventó los regalos que traía y se le fue a madrazos, agarró el tejolote de la cocina, le pegó varias veces en la cabeza, le quebró una silla en el lomo, lo tiró al suelo, se le montó y le azotó la cabeza, le dijo casi llorando: Te advertí cabrón, que si volvías a pelear, te iba a rajar la madre. Tú tienes la culpa por alcahueta ¿Por qué lo dejaste pelear?

La señora quiso hablar, pero le taparon la boca.

Es mejor que te calles el hocico, porque te lo rompo.

Cuando vio que “el Chillón tenía los ojos en blanco, Delfina le dijo a la señora lo que había pasado, doña Rita ayudó a revivirlo, lo besaba y le decía: Perdóname, hijo, pensé que habías vuelto a boxear.

De la madriza que le dio su madre, “El Chillón” quedó tocado y nunca regresó al ring, anda por la calle todo menso.

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