Historias de Buró
Ahí estaba la gente de mi colonia, esperando la llegada de su tan ansiado candidato que arribaría en unos minutos para presentar sus propuestas y entregar los pequeños presentes que deberán usar los ciudadanos para dar cuenta de que “Fulanito, estuvo aquí” (entiéndase fulanito por el nombre del candidato).
Algunos desesperados por el calor que ya quemaba sus rostros optaron por alejarse unos metros en busca de sombra, otros más, que ya iban preparados, se quedaron en el lugar con sus sombrillas que cubrían a no más de tres.
No faltó aquel abusado comerciante que al ver el grupo de gente comenzó a ofrecerles las aguas frescas, la fritura, la garnacha y las paletas de hielo, -“con esto ya saqué lo del día”- seguramente pensó por la sonrisa que tuvo todo el tiempo.
Entre el grupo, varias señoras chismorreaban sus penas para matar el tiempo; que si la nuera no sabe cocinar, que si los hijos no se portan bien, que la sobrina ya salió embarazada, que el esposo se la pasa de briago, etc, etc.
Los niños jugaban junto a uno de esos monumentos que tiene esta bella ciudad pero que nadie sabe en honor a quién están hechos, se subían y bajaban, brincaban y corrían, cual parque de diversiones.
A lo lejos, un triste y vagabundo perro buscaba entre una pila de basura algo de alimento que al parecer no encontró porque decidió acercarse a la multitud en busca de una mano amiga que le regalara un trozo de pan.
Así, muchos minutos después el candidato llegó, saludó a los presentes con una sonrisa engrapada a sus mejillas y se dirigió al podio. No sin antes pasar a saludar a la pequeña niña cuya madre sostenía un bebé en brazos, a la anciana que difícilmente puede sostenerse sin su bastón y por cierto, es ayudada por su nieta quien no deja de echarle el ojo a las nalgas del candidato; y al campesino que no deja de pensar en la chela que se echará para el tremendo calorón.
Finalmente entregó su discurso, escuchó al pueblo, y les regaló que si la sombrilla, que si el volante, que si la pulsera, que si la bolsa, etc. Sin embargo ya para estas alturas, todos pensaban solo en irse, por lo que pocos le prestaron atención a lo que decía.
Solo el triste perro se prestó a escucharlo atentamente. Acomodado en la sombra de las personas, se echó sobre el pavimento y miró al candidato fijamente al que siguió en cada uno de sus movimientos, y escuchó durante toda la alegación.
Cuando se marchó, el lugar poco a poco se fue despejando quedando un completo basurero, mismo que aprovechó el can para saciar su hambre y su sed, alegrandose por la visita de aquel hombre que nunca se dio cuenta que podría ser el único que sí votaría por él.