EL CAMBIO QUE NO LLEGA

CONCIENCIA CIUDADANA
Hubo un tiempo -sobre todo a partir de los años ochenta del siglo pasado-, en que pensamos, que era una cuestión de tiempo que México alcanzaría la normalidad democrática; que el sistema corporativista desaparecería y la soberanía nacional sería recuperada
DATO
Consideramos también, al comenzar el  nuevo milenio, que con  la “alternancia en el poder ” la modernidad  llegaba por fin a nuestra economía; que en pocos años la sociedad mexicana viviría un época donde la injusta distribución de la riqueza, la corrupción o la deshonestidad de los gobernantes serían borrados de  nuestra vida política y que, por fin,  “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” sería una realidad si empujábamos un poquito más; bastaba ser pacientes, porque si un partido  democrático llegara a dirigir la vida política nacional  habría de demostrar ante propios y extraños  la capacidad  de su clase política para hacerse cargo de la transformación tan anhelada.

Hay días en que de plano nos preguntamos si la sociedad actual va hacia adelante o camina para atrás; como si la vida democrática a la que como mexicanos aspiramos desde hace dos siglos fuera una quimera que se aleja cada vez más de nuestro horizonte.
Hubo un tiempo -sobre todo a partir de los años ochenta del siglo pasado-, en que pensamos, que era una cuestión de tiempo que México alcanzaría la normalidad democrática; que el sistema corporativista desaparecería y la soberanía nacional sería recuperada.
En esos años algunos llegamos a considerar también que el caciquismo pronto terminaría en basurero de la historia, y que los mafiosos que mangoneaban lo mismo el campo que  la ciudad; los sindicatos que  las universidades o los partidos políticos retardando la transformación social, serían barridos por una ola de cambios que los convertiría en un amargo recuerdo del pasado.
Consideramos también, al comenzar el  nuevo milenio, que con  la “alternancia en el poder ” la modernidad  llegaba por fin a nuestra economía; que en pocos años la sociedad mexicana viviría un época donde la injusta distribución de la riqueza, la corrupción o la deshonestidad de los gobernantes serían borrados de  nuestra vida política y que, por fin,  “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” sería una realidad si empujábamos un poquito más; bastaba ser pacientes, porque si un partido  democrático llegara a dirigir la vida política nacional  habría de demostrar ante propios y extraños  la capacidad  de su clase política para hacerse cargo de la transformación tan anhelada.
Quisimos creer también, que la actividad periodística habría de ser respetada por los gobernantes democráticos y que la persecución y asesinato de sus integrantes sólo serían recuerdos de la época de Porfirio Díaz o de Díaz Ordaz. Periódicos y revistas independientes y creíbles; lectores informados y críticos y  gobernantes respetuosos de la opinión pública conformarían la republica ilustrada imaginada en nuestras ilusas mentes, anhelantes de un México mejor que el de aquellos tiempos.
Pensábamos entonces, de igual manera, que el futuro inmediato encontraría a un México más fuerte e independiente que el de aquellos tiempos de fin de siglo. Que al final de cuentas, seguramente a principios del siglo XXI o si se quiere un poquito después, el país saldría a flote con los recursos que aún le quedaban a pesar del repartidero bienes públicos iniciado con Salinas de Gortari; pues la riqueza petrolera, y las de nuestras minas y mares; serían suficientes para iniciar la reconstrucción de la economía nacional salvándonos de quedar a merced de manos extranjeras. Y qué decir de los derechos humanos que antes del supuesto cambio democrático de principios de siglo XXI tanto se violaban. No, eso ya no volvería a suceder, otros gobernantes y otras autoridades con una nueva mentalidad, eliminarían de un tajo las rémoras de la tortura, desapariciones, genocidios, detenciones arbitrarias o juicios amañados a los que los gobernantes anteriores a la época de la democracia recurrían con tanta impunidad.
Porque eso sí, quienes nos gobernarían en el futuro, es decir, en los días que hoy corren, no serían de la clase de los  políticos del pasado, llegados al poder por su pertenencia a mafias políticas, indiferentes a las demandas populares e impunes a la acción de la justicia una vez terminados sus cargos.
Si, un día todavía no muy lejano, los mexicanos tuvimos la confianza de que esas rémoras del pasado llegarían a ser tan sólo un mal recuerdo en el presente;  por lo que su persistencia persistente y su crecimiento exponencial han terminado por inocular una actitud de  escepticismo generalizado entre grandes sectores de la ciudadanía que ve con desaliento la resistencia que opone el pasado para abandonar nuestra vida pública negándose a  saber nada de la política o las elecciones.
Ese es, ciertamente,  la actitud de una  gran parte del pueblo mexicano en nuestros días y el gran desafío que enfrenta la democracia en México para salir adelante; paralizando la acción ciudadana y permitiendo la continuidad de un sistema político y económico cuyos resultados son prueba suficiente para demandar su inmediato relevo; aunque éste no podrá darse jamás sin una reacción social enérgica que lo haga posible. Ese es, pues, el gran dilema de nuestro tiempo: saber si la sociedad mexicana será capaz de empujar hacia el cambio o dejará que la cosa pública siga, como está, haciéndose cómplice de las fuerzas del pasado cuya permanencia en el poder nos condenan a la decadencia y la sumisión permanentes.   

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