EL BETO

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En una de las vecindades del popular barrio de El Arbolito vivían Sabina y su esposo Matías, a quien le decían “El Borrego”, que peleaban muy seguido.

  • Ya me tienes hasta la madre cabrón, aparte de que no trabajas, andas de borracho y cuzco con la pinche vieja flaca de la chalupera.

Sabina, enfurecida, se le fue encima con la intención de abofetearlo, pero el “Borrego” le sujetó las manos y doblándoselas, hizo que Sabina se fuera agachando hasta ponerla de rodillas.

  • Da gracias a Dios que estás panzona, si no te hubiera rajado la madre.

Sabina lloraba de rabia y mirándolo con odio, le gritó:

  • ¡Lárgate, maldito, lárgate!
  • Me voy pero te dejo esto de recuerdo, para que se te quite lo loca.

Matías le pegó una fuerte cachetada, tirándola hacia atrás. Sabina al caer se golpeó la cabeza contra el suelo, después se enderezó con dificultad, sosteniéndose el vientre con las manos y lanzó un grito de dolor que fue escuchado por una vecina, que corrió a ver lo que pasaba.

  • ¡Madre Santa¡ Déjeme ayudarle a levantarse, tiene una fuerte hemorragia, voy a buscar a doña María para que la ayude, no me tardo.

Minutos después llegaba doña Leonila con la señora María, que era la comadrona del barrio.

  • En la madre, está sangrando mucho, quítate los calzones, va a estar medio pelón el parto, los músculos están duros, eso es cuando se empanzonan viejas.

Sabina seguía gritando.

  • ¡Puja¡ Muerde este trapo, ¡que le muerdas, con una chingada. Usted Leonila caliente agua. Abre las piernas Sabina.
  • No puedo, me duele mucho.

Sabina enterró las uñas en el mugroso colchón, encorvada de dolor, trató de abrir las piernas.

  • Ábrelas más, estás atorando al niño, respira profundo y puja. No las vuelvas a cerrar, ¡vas a ahogarlo!, chingada madre, tengo que sacarlo aunque me suba en tu panza.
  • ¡Me duele mucho María, ya no me toques!

Con el rostro bañado en sudor, Sabina gimió de dolor y siguió pujando con dificultad, desesperada, estiró los brazos para quitarse a doña María, que estaba montada encima de ella.

  • Estate quieta, carajo.

La partera apoyaba las manos en el vientre de Sabina, presionando la enorme bola, y hacía gritar a la parturienta.

  • Ya no María, ya no. Por favor. Me voy a morir.
  • Te mueres, madre, ahora te aguantas, ¡Así hubieras gritado cuando tenías al güey encima.
  • ¡Ay¡ Dame un trago para aguantar el dolor, me duele mucho.
  • ¿De dónde chingados quieres que te saque el trago? Confórmate que te saque al escuincle.

María trataba a toda costa de sacar al niño con vida, con las manos abría el sexo de Sabina, ella cerraba los ojos, movía la cabeza para todos lados, y se mordía los labios.

  • ¿Tienes trapos limpios?
  • ¡Arranca la cortina!

De un tirón la arrancó, la hizo bolas y se la metió entre las piernas.

  • Échale ganas, no te vayas a desmayar porque entonces sí la chingamos

La frecuencia de los dolores obligó a Sabina a apretar las mandíbulas, con tal fuerza que sus dientes traspasaron el trapo que mordía, de sus entrañas salió un bulto haciendo crujir los huesos de la madre. El niño ya había nacido. El niño lloró, la comadrona lo pasó a un lado de la cama, para cortarle el ombligo.

  • ¡A ver María, dame al niño!

Sabina acariciaba a su hijo, llorando de alegría, mientras el recién nacido levantaba sus manitas, buscando a ciegas el calor de la madre, y su boquita succionaba el pezón seco.

  • Pobre inocente, por más que le chupa a la chichi, no le saca nada. ¿Desde cuándo no comes, Sabina?
  • Ni me acuerdo.

Doña María salió a buscar a la señora Leonila, que era la vecina más cercana.

  • Doña Leonila, usted le jugó a la chingona, primero me va a buscar para que atienda a la mujer y luego me deja con el paquete.
  • Perdóneme Mariquita, pero mi marido llegó borracho, y si él no me encuentra en la casa, me pega, ahorita que se quedó dormido, iba a ver qué es lo que había pasado.
  • Ya me voy, hágale un tecito al niño, y déle de comer a Sabina, ya le amarre la cintura pero sigue sangrando, si sigue así, llámele a la Cruz Roja, a mí ni me busque para nada.

La señora María se salió dejando a Leonila en la casa de Sabina, con el temor de que fuera a despertar su borracho y preocupada, pensaba qué le iba a dar de comer a Sabina, en la madrugada, a pesar de los ladridos de los perros y de los fuertes ronquidos de su marido, doña Leonila escuchó el llanto del niño de Sabina.

La señora llegó al cuarto de Sabina y la encontró muerta, asustada, cargó al niño, lo envolvió en su rebozo y fue a la casa de la comadrona, contándole lo que había sucedido.

  • ¡Chingada madre!, ya lo presentía, será mejor que me vaya unos días, no quiero tener broncas con la policía.
  • ¿Y yo qué hago señora?
  • Llévaselo a la casa de los padres de la difunta.

Sin pensarlo, Leonila llegó a la casa de Jesusita y Alberto “El Chato”.

  • ¿Quién tocará a estas horas, parece que van a tirar la puerta?
  • No lo sé, son las 6 de la mañana. Voy a ver quién es.

La señora salió y conoció a doña Leonila.

  • ¡Doña Leonila! ¿Otra vez criando?
  • Vengo a decirle que su hija Sabina acaba de morir y este chavito, es suyo.

En el momento en que doña Chucha recibió la noticia, se puso pálida, las piernas se le doblaron y cayó desmayada. Al escuchar el golpe, Alberto se levantó a ver qué pasaba.

  • Vieja, ¿qué te pasó?

La señora Leonila aprovechando la confusión, puso al niño en las manos del “Chato” y salió corriendo de la vecindad, los vecinos llegaron a ver qué sucedía.

  • ¿Qué le pasa don Beto? Escuchamos ruidos.
  • Sepa la chingada, salgo y encuentro a mi vieja tirada y aquella señora que va corriendo, me dio este niño.

Juanita la portera, le dijo:

  • A ver don Beto, déme al niño y ustedes entre todas, llévense cargando a Chuchita hasta su cama.

Con los remedios caseros hicieron volver en sí a doña Chuchita, que no dejaba de llorar y repetía el nombre de su hija.

  • ¡Sabina, hija de mi corazón!

Alberto “El Chato” se le quedó mirando, sorprendido.

  • ¿Por qué mencionas a Sabina?
  • ¡Se acaba de morir!, me lo dijo doña Leonila, y ese hijo es suyo.

Doña Jesusita y su esposo consiguieron dinero para pagar los funerales de su hija, pasaron los días y Alberto siempre estaba de mal humor.

  • ¡Chucha, Chucha!
  • ¿Qué quieres?, estoy haciendo la comida, ¿se te ofrece algo?
  • Calla por favor a ese pinche escuincle chillón, o le aviento un chanclazo.
  • Cómo será. ¡Ya chiquito, ahorita te doy tu mamila!

La señora estaba muy contenta con el niño, le había hecho una cuna colgante en la pared, pero su abuelo “El Chato” no lo quería, y le dijo:

  • Habías de meter a ese niño en una casa de cuna, porque un día me va agarrar encabronado y le voy a retorcer el pescuezo.
  • No la chingues, es tu nietecito, lleva tu sangre, ¡que nunca vas a perdonar a nuestra hija! Pobrecita, que en paz descanse, fue buena hija, lo que pasó es que le tocó un mal marido.
  • Yo se lo advertí miles de veces a la pendeja, que no se casara con ese güey, pero no me hizo caso, y ahí están sus chingaderas.
  • Ya viejo, no te calientes, nosotros no somos nadie para juzgar, por favor aleja ese odio de tu corazón. ¡Mira qué bonito niño!, se está riendo contigo.

“El Chato” se hacía disimulado, y se iba para otro lugar.

  • ¡Mira hijito! Tu abuelo te quiere cargar.
  • Déjalo en la cama, pinche escuincle mañoso, no lo cargas y chilla, lo andas paseando y está muy feliz.

Pasaron los meses, y Alberto seguía en la misma actitud de no querer al niño. Un día “El Chato” llegó borracho a su casa, haciendo escándalo, la señora salió a callarlo.

  • ¡Shit! Cállate, el niño se acaba de dormir. Está malito, pobrecito, no sé qué le duele, es hijo de nuestra única hija.
  • Cámbiale de plática, ni me encabrones.

Al escuchar las voces, el niño despertó, gateó en la cama y cayó al suelo, pegándose en la cabeza. Al escuchar el golpe y el llanto, los dos corrieron a levantarlo, el niño se privó en los brazos del “Chato”.

  • Córrele vieja, trae el alcohol ¡Chilla hijito, por favor!

La señora le untó alcohol en la cabecita, se lo dio a oler, y el niño lloró.

  • Cárgalo vieja, qué sustote nos dio, revísalo, a ver si no se le cayó la mollera, porque se dio un buen chingadazo.
  • ¡Pobrecito de mi chamaquito! Se hizo un chipote muy grande en su cabecita.

Desde ese día, Alberto sintió mucho cariño por el niño y tanto, que dejó de ir a la cantina por jugar con él. Al cumplir los 6 meses, pensaron bautizarlo.

  • El niño se llamará Alberto, y mi compadre será mi hermano Francisco.

En el bautizo del niño se gastaron hasta lo que no tenían, hicieron una gran fiesta en la que invitaron a todos los inquilinos de la vecindad, así pasó el tiempo, y el niño había cumplido tres, cuatro, cinco años, no le faltó en su fiesta el pastel. El pequeño Beto creció lleno de cuidados. “El chato se sentía orgulloso a que lo acompañara a todos lados, y le dijera papá.

Beto cumplió 6 años y lo inscribieron en la escuela primaria Justo Sierra. La señora Chucha lo mandaba muy bien arreglado, y le daba consejos cómo iba a cruzar la calle. El niño aprendió a leer y a escribir. Una vez Beto salió de la escuela temprano y con otros compañeros, se fue a jugar futbol. Un mal chute, la pelota rodó por las empinadas calles. Alberto fue corriendo tras el balón, al atravesar la calle, un camión frenó y Alberto cayó al suelo. Sus compañeros pensaron que lo habían matado, y fueron a avisar a sus padres.

  • ¡Señora! ¡Señor!, a su hijo lo mató un carro.

Alberto “El Chato” no resistió la noticia, y cayó muerto de un paro cardiaco. La señora Jesusita no sabía qué hacer, si ayudar a su esposo o ir en busca de su nieto. Se decidió por lo segundo y bajó la calle, muy angustiada.

  • ¡Dios mío! Que no le haya pasado nada.
  • En el camino encontró al niño, y corrió a su encuentro.
  • ¡Hijo!, qué susto me dieron tus amigos, me dijeron que te había matado un carro.
  • A mí nada, a la que machucó fue a la pelota del “Seco”, ahora va a querer que se la pague.

La señora lo abrazó y lloró de pena, de alegría, de dolor, Cuando llegaron a su casa, el niño se enteró de la muerte de su abuelo, y no dejó de llorar ni un solo momento. Dos años después murió doña Jesusita. Beto se fue a vivir a la casa de su padrino Francisco, que trabajaba en la mina de San Juan Pachuca, tenía varios hijos y con lo que ganaba, apenas le alcanzaba para comer.

Beto dejó de ir a la escuela, se dedicó a hacer mandados a los vecinos, a tirar basuras, y todo lo que ganaba se lo daba a la familia de su padrino. Una vez, al salir de la casa donde vivía, pasó un señor que llevaba una caja de cartón en cada mano, las cajas iban muy bien amarradas con un lazo, cuando el señor vio a Beto, lo llamó, y le dijo:

  • Oye niño, ¿te quieres ganar dos pesos?
  • Sí señor.
  • Ayúdame con una caja, voy a la terminal de camiones.

Beto con muchos esfuerzos, pudo echarse la caja al hombro, que por lo pesado se le doblaban las piernas al caminar, seguía al señor por las calles del centro de la ciudad, al pasar por un puesto de donde vendían guitarras, el señor dejó las cajas en el suelo, y le ayudó a Beto a bajar la suya, le preguntó al dueño de las guitarras:

  • ¿Cuánto valen sus guitarras?
  • Tengo de varios precios, según la marca y de las que quiera. ¡Mire esta, es de caoba!
  • Permítamela.

El señor de las cajas comenzó a afinar la guitarra, y luego comenzó a tocarla. Beto no le quitaba la vista, asombrado.

  • ¿Cuánto vale?
  • 500 pesos.
  • Tengo más baratas.
  • ¡No! Esta es la que me gusta, y me voy a llevar tres, pero cómo le haremos, venimos de un pueblo a hacer compras cada ocho días, mi esposa se adelantó con el mandado a la terminal de camiones, y ella es la que lleva el dinero. Qué le parece que para no dar dos vueltas, me llevó las guitarras y le dejo a mi hijo, y tres cajas de herramientas que acabo de comprar.
  • Está bien.

El señor de las cajas le hizo una caricia al Beto, y le dijo:

  • Aquí me esperas hijo, arrima las cajas donde no le estorben al señor, no me tardo.

Beto jaló las cajas hasta la pared, y se sentó en una de ellas, pasaron dos horas, y el dueño de las guitarras le dijo:

  • Ya se tardo tu papá.
  • Ese señor no es mi papá.
  • ¿Cómo no va ser tu papá? Si venías con él.
  • Sólo le ayudé a cargar una caja, y me iba a pagar dos pesos.

El dueño de las guitarras desató las cajas y dijo:

  • Ya me chingaron.

El contenido de las cajas era piedras envueltas en papel periódico, lo jaló del brazo, y le dijo:

  • Tú eres su cómplice de ese ladrón, de aquí no te vas a hasta que me paguen las guitarras.

Beto sintió mucho miedo y se puso a llorar. En medio del puesto, tapándole todas las salidas, el vendedor llamó a la policía, y le contó lo que había pasado. Al pobre del Beto lo llevaron a la barandilla y comenzaron a interrogarlo.

  • ¿Cómo te llamas?
  • Alberto Pérez Hernández.
  • ¿Cómo se llaman tus padres?
  • Ya murieron.
  • ¿En qué escuela vas?
  • A ninguna.
  • ¿Con quién vives?
  • Con mi padrino Pancho.
  • ¿Él adónde vive?
  • En la calle de Reforma 1116 en el barrio de El Arbolito.

El juez auxiliar de aquellos tiempos, dio orden a los uniformados.

  • Que vayan dos policías a este domicilio, y se traen al señor Francisco, el niño se queda aquí.

Beto se fue asentar en una banca, donde permaneció mucho tiempo sin levantar la cara, horas después llegó don Francisco. Beto al verlo, fue corriendo, abrazándolo de las piernas.

  • Aquí padrino, yo no hice nada.
  • ¿Por qué tiene detenido al chamaco?
  • Ayudó a un señor a que se robara unas guitarras, al señor aquí presente, y se le tiene que pagar. Si no de lo contrario, el niño será enviado a la una casa hogar para varones hasta que cumpla los 18 años de edad. Tendrá escuela, se le dará un oficio, y ustedes pueden venir todos los domingos a platicar con él, y si termina la primaria con buen comportamiento, se le dejará salir.

Beto fue trasladado a la casa hogar para varones, por no tener dinero para pagar las guitarras que se robó un señor. Así pasó el tiempo. Beto se conformó a su suerte, le enseñaron el oficio de carpintero, y estudiaba el quinto año de primaria. En los deportes sobresalió como un buen delantero de futbol, su padrino Francisco dejó de ir a verlo. Sin embargo, de su trabajo que hacía, muebles, le pagaban un dinero. Tuvo que aguantar a compañeros que no simpatizaban con él, y al pasar dos años, terminó su primaria, le dieron su certificado, y lo dejaron salir.

Lo primero que hizo fue ir a buscar a su padrino para que le enseñara la tumba de sus padres, luego le dio todo el dinero que tenía juntado, para que se curara de la silicosis de la mina.

A pesar de sus 16 años de vida, fue a buscar trabajo al sindicato minero y lo mandaron a trabajar a San Juan Pachuca, fue cochero, ayudante de ingeniero, él vivía con sus padrinos y andaba de novio con una jovencita del barrio, se llamaba Margarita, pensaron casarse, y le dijo a su padrino que le fuera a pedir la mano. Un martes 12 de octubre del año de 1983, el día en que iban a pedir la mano de su novia, se reventó el cable del malacate del contra tiro de Santa Ana, muriendo 19 mineros, entre ellos Beto.