“Podremos ser parientes cercanos del Sol
y brillar tanto como él, pero nunca
debemos aparecer en su compañía”.
Baltazar Gracián.
El avaro teme perder su riqueza. El poderoso su sitial de mando. Ambos suelen ser esclavos de sus miedos.
Nadie llega solo a la cúspide económica, política, religiosa, intelectual, jurídica… El éxito del líder resulta de la suma (o multiplicación) de capacidades y esfuerzos de sus colaboradores. Su mérito es saberlos elegir y conocer con exactitud el mejor momento para prescindir de ellos.
Los colaboradores de quien encabeza un gran proyecto en cualquiera de las ramas de la cultura, surgen de diversas fuentes, a saber: amistad, perfil profesional, méritos en campaña, extrema brillantez, concesiones o compromisos políticos, complicidad, circunstancias inesperadas…
En otro artículo traté de las ventajas y desventajas del amigo que se transforma en colaborador. El perfil profesional, no proporciona al evaluador una visión integral de la personalidad del candidato; luces y sombras alcanzan a distorsionar los sentidos. Los méritos en campaña, no siempre marchan en compañía de los afectos. La extrema brillantez deslumbra a cualquiera; pero su impacto, con el tiempo, puede convertirse en inasible quimera o, peor aún, significar una amenaza para el líder. Las concesiones o compromisos políticos; son verdaderas subastas de lealtades, espacios propicios para el cambio de chaqueta. La complicidad de origen es, en potencia, conflicto de intereses, fuente de enemistades, aunque también, si prevalece la lealtad, será fortaleza inexpugnable, refugio de altos secretos y oscuros manejos. Una circunstancia favorable, es capaz de colocar a un desconocido en el lugar exacto y en el tiempo preciso, de tal manera que, sin una historia sólida, encuentre protección, reciba favores y fortuna de quien menos lo espera… Esta lista es susceptible de prolongarse hasta el infinito.
De acuerdo con la conocida máxima de Maquiavelo, “El fin justifica los medios”, resulta claro que para llegar y para mantenerse, quienes participan en este juego, en todos los tiempos y en todos los espacios, recurren a diferentes estrategias: elogiar sin medida; vender información; alquilar sus talentos; dar obsequios; ofrecer banquetes; proporcionar estrategias para solucionar conflictos… Algunos de estos medios son eficaces, otros llegan a empalagar. La historia nos da ejemplos claros de que, en los banquetes subyacen riesgos fatales, cuando el anfitrión brilla más que el festejado…
El talento y el encanto personales son llaves magníficas para abrir cualquier puerta, pero no se debe olvidar que hasta los más poderosos son víctimas de sus propios miedos y temores. Un jefe inteligente se rodea de los mejores hombres (o mujeres) que se encuentren dentro de su presupuesto. Así conquista cumbre tras cumbre hasta llegar a la cúspide. Una vez ahí, la desconfianza, la inseguridad, las intrigas, lo aíslan de las masas y hasta de las élites que antaño lo rodeaban. El Jefe se transforma en amo: infalible, todopoderoso… Dentro sus fortalezas, por contradicción dialéctica, se acentúan sus miedos; el peor de todos es: el miedo a la inteligencia.
En este punto, la enajenación es total; no le importan la ciencia, la verdad, la tecnología ni los dioses, lo único que le obsesiona es afianzar su propia luz. No pueden brillar dos soles en el mismo firmamento.
En este esquema, el colaborador, jamás tendrá segura su posición; uno a uno, los favoritos se exponen a caer en la desgracia. Nadie es inamovible.
Desde luego, la cúspide es punto de partida para la decadencia. Cuando una estrella se apaga otra, emergente, no le hará sombra; ésta incrementará su propio brillo y discretamente ayudará a la muerte del astro viejo, para que el nuevo pueda vivir.
Hacer sombra al amo, cuando está en su esplendor, es un suicidio. Cerca de su muerte natural, ya ninguna sombra le hace daño. Sus miedos se van con él.
El propio Dante Alighieri, al final de su Divina Comedia (El Paraíso canto XXXIII) llega a la presencia de Dios. Con todas sus luces, el poeta no puede ver al Dómine de frente: cae de rodillas ante su brillo cegador. Dante jamás intentó hacer sombra a su amo.
Así lo advertí al escribir el siguiente soneto:
El amo brilla más que el resto de la gente.
No le importan la ciencia, la verdad ni los dioses.
Sólo busca su fama, sólo escucha las voces
Que ciñen con coronas de lisonja su frente.
El amo te desprecia por inteligente:
Le molestas, le irritas, siente celos feroces;
Disimula su envidia con elegantes poses
Mientras puede cambiarte por alguien diferente.
Si buscas el poder, al amo no hagas sombra,
Invisible, deambula en medio de la corte.
Que no te miren cielo, que te piensen alfombra.
Lo que brilla se apaga, eso a nadie le asombra.
Si se opaca la estrella del amo, no te importe;
Más bien, a su caída, haz generoso aporte.
Abril, 2017.