El Ágora

 ¿Qué aprendemos de una tragedia?

Como un terrible golpe a la estabilidad emocional de la sociedad pachuqueña llegó la noticia, el fin de semana pasado, de que un hombre había privado de la vida a sus tres menores hijos en la colonia 11 de Julio. 

Comenzaré diciendo que lamento enormemente lo sucedido y que, habiendo sido ya presentado el presunto responsable ante las autoridades, deseo de corazón que se lleve a cabo, con todo rigor, el procedimiento judicial correspondiente y se le sancione conforme a la ley. Honestamente, incluso con el paso de los días, sigo sintiendo un escalofrío al pensar en lo que sufrieron los pequeños.

Ahora bien, además de lo anterior, creo que hay algunas reflexiones importantes que podemos retomar para aprender y mejorar, desde lo colectivo, ante una circunstancia como esta. 

En primer lugar, pongo en la mesa la necesidad de seguir esforzándonos por desarrollar una mejor cultura de la legalidad, con especial énfasis en los derechos humanos. Y es que entre el coraje y el clamor por justicia, se generaron en redes sociales toda clase de arengas y confusiones, desde aspectos como la difusión de imágenes del ahora imputado sin ningún tipo de previsión en cuanto a la presunción de inocencia por parte de algunos medios de comunicación, hasta la exposición de fotografías de los menores sin mayor cuidado respecto de su identidad. Todo esto, más que ayudar, puede llegar a entorpecer los procedimientos judiciales. 

Sin embargo, aclaro, lo anterior tiene por objeto repartir culpas, pues entiendo -y comparto- la frustración y molestia que generó el hecho, sino de que consideremos la importancia de que los medios de comunicación y la población en general, conozcamos los parámetros institucionales y normativos de la procuración e impartición justicia. La tarea, desde luego, es una corresponsabilidad entre gobierno y sociedad. 

Por otro lado, es también necesario advertir la urgencia de repensar y deconstruir los paradigmas con que contamos en cuanto al género y las infancias. Que acontezca algo tan espantoso y extremo como lo que ahora se comenta, es muestra de que la sociedad y las instituciones le hemos fallado a los menores.

No basta con que la respuesta estatal sea implacable una vez que se detiene al responsable. Hay que cuestionar cuáles son las políticas públicas existentes en el tema, como si lo hacen, permean en el tejido social y qué áreas de oportunidad se tienen que atender. Esto no es nuevo, ni es único del Estado de Hidalgo, pero es una necesidad permanente y apremiante para que las niñas, niños y adolescentes sean protegidos y atendidos en toda la amplitud posible. 

Finalmente, debemos transformar las masculinidades. Detrás de un padre que, por venganza contra su pareja o ex pareja, llega a golpear y asfixiar a sus propios hijos hasta la muerte, hay una mentalidad con ideas profundamente retorcidas sobre dominio, control, pertenencia e imposición. Y no se trata de generalizar, pues habrá quien diga que también existen casos en los que mujeres fueron capaces de atrocidades como esa. Lo que digo es que, a partir de este caso concreto, podemos darnos cuenta de los extremos a los que puede llevar, al menos en parte, una masculinidad tóxica y mal orientada. 

Como dije antes, el caso que hoy comento es, evidentemente, tristísimo y lamentable, poniendo en primer lugar a los menores víctimas. Pero, caray, más allá del castigo al culpable, no podemos tapar el sol con un dedo y creer que esto es algo aislado, sin causas estructurales que nos debieran preocupar e involucrar a todas y todos.

*Abogado y profesor del Tecnológico de Monterrey

Twitter: @GerardoVela

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