
LAGUNA DE VOCES
Siempre que alguien sale de viaje dedicamos buena parte de la reunión para despedir a esa persona, en decirle que vaya a tal lugar, conozca un museo que vimos en un documental, lo mismo que pruebe la comida del mercado que se encuentra en una calle del centro. Todo es curiosidad si no hemos ido, y tal vez nunca lo hagamos, al país, ciudad que está por recibir a quien está a punto de partir.
Todavía más lleno de sentimiento, si tendrán que pasar por lo menos tres años para que regrese, con todo y que en estas épocas del internet la comunicación pantalla a pantalla es cosa sencilla de realizar. Sin embargo, lo sabemos, nada sustituirá el reencuentro personal, el abrazo, la alegría por tener de nuevo en casa al hijo que se fue a estudiar, a trabajar, a buscar la aventura de la existencia.
Todos nos hemos ido algún día: de la casa paterna para estudiar la universidad, hacer una familia, desempeñar el trabajo que por fin logramos conseguir. Buena parte de la existencia humana se nutre de constantes adioses y saludos de bienvenida. Hay una lógica exquisita en este proceso que regularmente nos lleva de regreso al lugar donde fuimos felices para quedarnos de manera definitiva.
Algunos que se fueron al extranjero para probar suerte de pronto un día nos comentan que han decidido fincar su hogar, es decir el escenario de la felicidad en otro país; desplegar las velas del recuerdo eternamente, o lo que dure la vida, y transformar sus eventuales estancias en la tierra donde nacieron en visitas, porque aceptaron ser eso: visitas.
Pero regresan, y todos tenemos constancia de que la nueva familia que tienen, sus hijos, llevarán nuestro mirar en tierras lejanas, y en un futuro no lejano serán los que regresen a su tierra natal para probar suerte, y tal vez se quedarán de nuevo tres o cuatro generaciones después.
Hay otro viaje, sin embargo, en el que no hay lógica alguna, porque todo viaje lleva implícito el retorno, y si eso deja de existir entonces se trata de otra cosa que siempre nos espanta, porque no hay nada qué recomendar en ese lugar extraño del que nadie da noticia alguna, del que nadie recibe correspondencia.
A buena parte de los que hoy superan los 60 años, nos sorprendió la muerte del periodista Ricardo Rocha, porque nadie espera que se vaya sin despedirse un hombre educado como era, meticuloso en la elaboración de cada uno de sus trabajos y programas. Pero la muerte es así, y seguramente tiene como único objetivo, recordarnos que nos podemos ir en cualquier momento. Que, además, ya estamos en edad de que eso suceda.
La muerte nos sitúa en el lugar exacto, en extrañar a los hermanos muertos, a los famosos que ocuparon el escenario de la existencia que llamamos nuestra. Nos sorprende porque nos da miedo, porque a las generaciones de los que tenían 75 o 78 años, siguen los que hoy tienen 70, en breve los de 65, y al poco tiempo nos llega un boleto-invitación para arreglar “nuestras cosas”, que algunos afirman se refiere a la distribución de las magras posesiones que hicimos, pero seguramente se refieren más a la herencia de amor y cariño que debemos dejar.
A mí como a usted, me gustaba ver “Para Gente Grande”, y a veces “Animal Nocturno”. Rocha supo combinar la inteligencia con un trabajo periodístico pulcro, preocupado siempre por un uso correcto del lenguaje.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
Twitter: @JavierEPeralta