EDUCAR ¿PARA QUÉ?

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“Siempre habrá quien

pueda educarnos mal”.

Fernando Savater.

(Primera de dos partes).

 

Algunos destacados personajes dentro del ámbito educativo, niegan que los cambios recientemente anunciados por el Secretario de Educación Pública alcancen el rango de Reforma Educativa, más bien los reducen a cuestiones laborales y/o, cuando mucho, administrativas. No es mi intención entrar en polémica al respecto, aunque sí resaltar la trascendencia de aspectos como el hecho de terminar con “aviadores” y “comisionados” así como repensar cuestiones formales, pero trascendentes como: horarios de acuerdo a las circunstancias de las regiones, número de días-calendario para cumplir con los contenidos programáticos y otros por el estilo. Todo un proceso de reingeniería.

 

Para llegar a este estado de cosas, el país tuvo que transitar por diferentes etapas históricas. Así, vino a mi memoria una caricatura de la célebre monita sudamericana, creación del genial Kino, Mafalda discernía: “Ya sé, hay que romper las viejas estructuras, lo que no sé es ¿Qué vamos a hacer con los pedazos?”. En el presente caso, la SEP dice que a todos esos recursos humanos que se reintegren a laborar, se les asignarán funciones como subdirectores, asesores y otras, de acuerdo con su perfil y las necesidades de las escuelas. Ojalá que no salga peor el remedio que la enfermedad… “Cosas veredes, Mío Cid”.

 

Una vez más, ofrezco disculpas por el uso de la primera persona del singular; es egolatría didáctica. Mi primera profesión fue la de modestísimo Profesor normalista de educación primaria (no digo Maestro porque no terminé la Maestría), a la cual con muchos esfuerzos logré sumar una Licenciatura en segunda enseñanza y una Especialidad en docencia, además de muchos años de servicio en todos los niveles (desde la primaria hasta la universidad), sin un solo día de “comisión” con goce de sueldo. Creo poseer mínima autoridad moral para hacer estos comentarios, siempre autocríticos. Valga un poco de historia:

 

Apenas la Revolución Mexicana trascendía su etapa violenta, cuando el país tomaba de manera incipiente la vía institucional, todo aquel joven (o jóvena) que supiera leer y escribir era requerido para luchar contra el analfabetismo. De ahí surgió la infamante frase: “Deme trabajo, aunque sea de Profesor”. Hay que decir con justicia que de aquel ejército de improvisados, surgieron grandes educadores, con escasa o nula retribución económica. Se generaron dos vertientes, en la etapa cardenista: las escuelas normales (urbanas y rurales) y el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio. Ambas con excelencia académica pero, sobre todo con mística, vocación de servicio, patriotismo y amor a México (aunque suene cursi o demagógico). Por cierto, no encuentro justificación para la desaparición del IFCM, que, en su tiempo, logró que un gran número de mentores en servicio, pero sin título se superara para adquirirlo y mejorar su exigua remuneración. El éxito se dio gracias a la titánica labor de excelentes pedagogos con el respaldo de una bibliografía de primera. Más que capacitación, logró una auténtica formación integral del magisterio.

 

Nadie puede dar lo que no tiene; la imitación es una de las herramientas más simples dentro del proceso enseñanza-aprendizaje. Los profesores éramos formados para ser ejemplo no sólo de los niños, sino de toda la comunidad. Nuestras cualidades debían superar a nuestros múltiples defectos juveniles. Las actividades deportivas y culturales, nos hacían líderes naturales junto con otros personajes como médicos y curas (donde había). ¿Qué pasó?

 

Estoy convencido de que en los altos niveles de planeación educativa nacional se descuidó la formación de personal docente nuevo y la actualización de los profesores en servicio. Hay que entender que la cultura de la superación constante, no se da de manera innata en ninguna actividad que culmine con la obtención de un título. Un alto porcentaje de técnicos profesionales y licenciados, en cualquier rama, considera que una vez obtenida la cédula y conseguido un empleo, el estudio terminó. La resistencia a la lectura y a la evaluación es proverbial. Este fenómeno, devora fácilmente a un alto porcentaje de egresados de las normales, quienes nos titulábamos tres años después de la secundaria. Algunos buscamos derroteros académicos, otros retornaron a la vida comunitaria. En el primer caso, la docencia quedó en el abandono o pasó a ocupar una posición secundaria; en el segundo, el medio absorbió a educadores que, a muy corta edad veían el cheque como un ingreso seguro que les permitía dedicarse a actividades mas lucrativas. En ambos fenómenos se gestó parte de la decadencia. El origen común es la baja remuneración económica.

 

Otro factor de deterioro fue el monstruoso crecimiento del Sindicato Nacional de Trabajadores a la Educación, organización que, después de su etapa heroica, se convirtió en un templo piramidal de culto a la personalidad; fábrica de complicidades, para solapar ineptitudes, encumbrar compadrazgos y eliminar a la disidencia política. En este ámbito, el padre Cronos está cumpliendo su tarea.

 

No hay que olvidar, que el auge del normalismo se dio durante la reforma cardenista al artículo tercero constitucional: la creación de la Educación Socialista. Este antecedente ideológico, hoy sin actualizar, se lleva al extremo. En los últimos tiempos, las normales rurales, más que educadores forman guerrilleros. Claro ejemplo de las consecuencias es el caso Ayotzinapa.

Enero, 2016.