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¿Dónde te agarró el temblor?

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LA GENTE CUENTA

Todos los vecinos estaban afuera de sus departamentos. Algunos sumamente nerviosos, otros se lograban calmar. Después de unos minutos cada quien regresó a sus moradas e intentó rehacer su rutina, pero el miedo a que otro temblor irrumpiera de nuevo provocó que muchos decidieran a tomar un poco de aire.
    Entre ellos estaba Carla, una guapa estudiante de medicina; Mateo, un publicista que se encargaba de darle de comer a sus mascotas cuando ocurrió el sismo; Ernestina, la señora del piso tres quien nos trajo bolillos; y yo, un prospecto de escritor cuya inspiración voló hacia el sur cuando la ciudad se sacudió.
    En eso, el galancete de Mateo, con el afán de ligarse a la futura doctora le preguntó:
    -¿Y tú, linda, qué hacías cuando tembló?
    Nuestra compañera no parecía la intención de discutir con él, así que le respondió:
    -Vaya, pues me encontraba tratando de averiguar por qué los hombres suelen ligar en situaciones de peligro, como los temblores, aunque les cueste la vida.
    No pude evitar que una risita se me escapara. Enseguida la mirada del Romeo lastimado posó sobre mí y dijo con sorna:
    -Supongo que nuestro escritor de pacotilla buscará crear una nueva historia que tenga que ver con el terremoto. Como siempre lucrando con el dolor ajeno…
    -No digas eso –intervino Ernestina-, este muchacho ha hecho cosas muy bonitas. Lo he leído en el periódico.
    -Y usted, doña Ernestina –me animé a preguntarle-, ¿qué hacía cuando tembló? No parecía estar bien cuando la ayudamos a salir de su departamento
    -¡Ay, mijo!, -resopló la señora-, estaba llamándole a mi hijo que anda en los Estados Unidos. Ya hace mucho que no lo veo. Yo creo que anda bien preocupado por lo que está saliendo en las noticias.
    -Debería llamarle de nuevo para decirle que está bien –sugirió Carla-. A estas alturas es primordial la comunicación.
    En ese momento apareció Ulises, el vecino ebrio del piso dos. Andaba pálido.
    -¿Y a ti que te pasó? –preguntó Mateo
    -Yo andaba en el baño –respondió completamente sobrio-, de repente sentí que todo daba vueltas. Y en eso busco mi botella y veo que está cerrada. “Ah, caray”, pensé. “La borrachera es tanta que ya la tengo dentro de mi cabeza”.