LA GENTE CUENTA
-Señor, te pedimos y te rogamos por nuestra hermana, Alicia, esperando que regrese a casa con los suyos. Te pedimos y te rogamos, Señor.
Una congregación de mujeres y algunos hombres ocupaban sitio dentro de la sala de una casa, mientras que una voz femenina y gastada por los años dirigía la petición de que Alicia regresara a casa.
-Señora, ¿cómo sigue? –la rezandera, con un vaso lleno de té caliente, se acercaba a una mujer de mediana edad, con los ojos cristalizados, y una expresión fúnebre. Miraba al infinito.
-Sigo viva, gracias a Dios. La cuestión es mi hija, doña Carlota.
-Lo entiendo. También tengo hijas. Pero tenga confianza de que Alicia regresará a casa. Y sobre todo, mucha fe.
La mujer, cabizbaja, asiente, aunque por dentro sabía que las cosas no eran lo suficientemente optimistas para “tener mucha fe”.
-Buenas noches, doña Carlota –aparece un muchacho, de unos 20 años de edad-. ¿Podría hablar con la señora Cecilia por un momento?
-Claro, mijo. Adelante.
Carlota se levanta de su sitio para cederlo al chico, mientras que Cecilia, con la mente en blanco, seguía inamovible.
-Señora, perdón por llegar tarde. Apenas iba saliendo de la escuela.
-No te preocupes, Manuel. No te pierdes de nada –dijo Cecilia, con cierta desazón en sus palabras.
-¿Volvió a ir a la policía? ¿Le han dicho algo de relevancia?
-Desafortunadamente, aun nada, hijo –Cecilia cambió su semblante a uno maternal-. Saben lo que tú y yo. Que salió de la casa de una de sus amigas, y de ahí nadie sabe qué pasó.
La voz de la madre comienza a quebrarse de nuevo ante la impotencia.
-No se angustie, señora –minimizó Manuel-. Sabe que usted cuenta conmigo. Yo quiero a Alicia demasiado, y me dolería si algo le pasa.
-Hay que mantenernos positivos, hijo –tomó un poco de aire Carlota, mientras tomaba la mano del chico-. Nunca hay que pensar mal.
De pronto, la reja de la casa fue tocada de manera repetitiva e insistente. Carlota se levantó como impulsada por una liga, y cuando abrió la puerta, un oficial de policía, con papel en mano, aguardaba al encuentro definitivo.