Opinión de Gina Montaner
El presidente querría alargar su gira; a su vuelta le esperan sus abogados para asesorarlo en la trama rusa, que se ha convertido en un incendio
Desde la campaña electoral sus asesores más cercanos han sido pirómanos con una atracción fatal: la de acercarse a la peligrosa mecha del Kremlin, con Putin al frente y siempre dispuesto a avivar el fuego de la desestabilización en Occidente, dinamitando contiendas electorales con trolls, hackers, espías y, si hiciera falta, hasta sicarios.
Y cuando regresó, la trama rusa todavía estaba allí. Esa podría ser una variante del célebre microrrelato del autor guatemalteco Augusto Monterroso. En este caso no se trata de alguien que despierta para encontrarse con un inquietante dinosaurio, sino del mismísimo presidente Donald Trump, que a su llegada a EU después de su primera gira extranjera inevitablemente se dará de bruces con los presuntos vínculos de su entorno con el gobierno ruso.
Para el mandatario estadounidense han sido días de ligera distracción. En el Medio Oriente aseguró que la paz entre Israel y Palestina es cosa hecha.
A su paso por el Vaticano contuvo el gesto torcido cuando el Papa le entregó su encíclica en defensa del medioambiente.
En Bruselas aguantó el chaparrón de las protestas y tiró de las orejas a sus socios de la OTAN. En su última parada en la localidad italiana de Taormina para el encuentro del G7, a su llegada momentáneamente logró agarrar de la mano a su esposa Melania, esquiva y distante a lo largo del viaje.
Tal vez a Trump le habría gustado dilatar su periplo a pesar de los manotazos de Melania, ya que en Washington le espera un equipo de abogados para asesorarlo porque la trama rusa es como un incendio forestal que se extiende.