Después de siete años en el cargo
El economista, Agustín Carstens, provoca incertidumbre al inicio del último tercio de gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto
Y el capitán abandonó el timón. El gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, anunció que a partir del 1 de julio dejará el cargo para incorporarse como gerente al Banco de Pagos Internacionales.
La renuncia supone un nuevo golpe a la ya precaria estabilidad financiera mexicana. El triunfo de Donald Trump, la crisis del crudo y la atonía global han sumido a México en un túnel de incierta salida. El peso no deja de tocar mínimos históricos (el dólar en ventanilla bancaria se llegó a cotizar ayer en 21.05 pesos) y en el horizonte asoma la amenaza de una recesión.
Carstens, un símbolo de la estabilidad mexicana, se había destacado por su rigor y sus medidas para anclar la inflación. Aunque el Gobierno se apresuró a garantizar una “transición ordenada”, con su salida México pierde un baluarte ante el vendaval que se avecina.
Carstens es la ortodoxia. De modos tranquilos, reflexivo y larga trayectoria en la gestión económica, su palabra ha bastado en muchas ocasiones para tranquilizar a los mercados. En siete años a cargo del banco emisor jamás se le ha visto en un renuncio. Su previsibilidad es considerada una garantía.
Respetado por el poder priista, pese a haber sido secretario de Hacienda con el anterior gobierno del PAN, el objetivo declarado de su mandato fue mantener baja la inflación y apuntalar la estabilidad de un sistema financiero ultradependiente de las fluctuaciones internacionales.
Con una moneda de enorme liquidez, porosa a todos los oleajes, Carstens logró este mismo año que la inflación tocase su mínimo histórico y que sacudidas financieras como la del Brexit llegasen amortiguadas a las costas mexicanas.
Su último desafío tenía una envergadura histórica. Las amenazas de Trump de romper el tratado de libre comercio, reducir las remesas y castigar fiscalmente a las empresas estadounidenses que se trasladen a México, le habían situado, junto con el equipo económico del presidente Enrique Peña Nieto, en el ojo del huracán. Cada gesto suyo era visto con lupa. Y él respondió, como siempre, con la ortodoxia.