Diálogo de sordos

CONCIENCIA CIUDADANA

Mientras el  carnaval electoral protagonizado por los partidos y sus candidatos levanta  vuelo, la sociedad sigue su marcha, indiferente y ajena a los goces y amarguras de quienes  luchan a brazo partido por una curul desde la cual puedan proyectarse más tarde hacia espacios más elevados, tal vez una gubernatura, una secretaria de estado u otro encargo que les haga olvidar las promesas asumidas durante sus  campañas.

            Promesas  que, en realidad, a nada comprometen, no sólo porque ninguna ley lo obligue sino también porque la estrategia electoral más recurrida es la de no comprometerse  con ninguna demanda concreta, pues hacerlo implicaría riesgos que ningún político profesional estaría dispuesto a asumir, pues hacerlo  implicaría la perdida de quienes  sintieran peligrar sus intereses si la causa que les perjudica resultara victoriosa.

Es por eso que, para no equivocarse, los candidatos suelen  refugiarse en promesas que todo prometen pero que nada comprometen, a fin de no quedar mal ni con dios ni con el diablo. A cambio, partidos y candidatos  recurren a motivar los sentimientos y las expectativas más sentidas de los votantes apoyándose en imágenes, música y mensajes cuidadosamente diseñados para que el ciudadano vote con el corazón y con el hígado más que con el cerebro.

No hay, pues, en las campañas, lugar ni  información suficiente para que los electores valoren  la posición  de los candidatos  en torno a los problemas más importantes que vive el país, que son muchos y que se acumulan día a día sin que se perciba su solución. Pero tampoco abunda el interés ciudadano por plantear seriamente a los candidatos la agenda legislativa  que a su juicio deba impulsar y defender como representante popular. 

Tal parece que los mexicanos vivimos en un circo de varias pistas donde, por un lado, la clase política parece más interesada en mantener el estado de cosas que hasta ahora ha funcionado como si no pasara nada y, por otro, la sociedad vaya cayendo en un estado de desdén e indiferencia  frente a  la vida política, ocupada como está en sobrevivir a las adversidades que la asaltan a diario. 

Estamos pues ante una relación esquizofrénica entre el poder público y la ciudadanía que poco o nada bueno augura para la nación en su conjunto; pues la clase política tiene por seguro que los electores no tienen otro camino que acudir a las urnas a “renovarle la confianza” para seguir  dirigiendo al país como hasta ahora lo han hecho. Así pues,  las campañas  seguirán desplegando sus gastados rituales, sus mensajes intranscendentes y sus consabidos resultados sin novedad alguna  para después, como dijera cierto ente, pasar “a otra cosa mariposa”. 

No esperemos pues, peras del olmo, pero  mantengamos la esperanza de que la conciencia ciudadana sea capaz de encontrar los caminos  que le permitan avanzar hacia su propia emancipación. Y recuerde que VIVOS SE LOS LLEVARON Y VIVOS LOS QUEREMOS. 

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