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Día de Muertos, una tradición ancestral  

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El 1° de noviembre llegan por la noche los difuntos adultos a los que se les ofrenda todo tipo de alimentos según el gusto de los fallecidos y la tradición del lugar: mole, pascal, pipián, arroz rojo, tamales de diversos tipos, atole, tortillas, chayotes hervidos, frutas, vinos, cerveza, aguardiente, tequila, refrescos, cigarros; se coloca sobre el altar una veladora por cada difunto, además de velas y flores, que algunas ocasiones van clavadas en chilacayotes o pencas de maguey para que se mantengan de pie.

Cerca de la ofrenda colocan chiquihuites con ropa nueva: blusas, enredos, fajas, rebozos, cotones, zapatos, huaraches; también se dispone un petate nuevo o una cama con cobijas, sabanas, colchas y fundas para almohada, todo nuevo.

Desde la ofrenda hasta la entrada de la casa se hace un camino de pétalo de cempasúchil para guiar a las almas de los que regresan.

El 1 de noviembre en las iglesias de algunas localidades tocan las campanas durante toda la noche y echan cohetes para recibir y facilitar la llegada de los familiares muertos a las ofrendas.

En algunas casas, los días 1 y 2 de noviembre, se sirven alimentos en el altar a las horas del desayuno, la comida y la cena, pues se cree que las almas de los fallecidos permanecen durante todo el día haciendo la visita de cada año por su festividad.

El 2 de noviembre también se visitan los panteones para arreglar las tumbas, además de llevar flores, alimentos y música viva a las tumbas de los seres queridos.

Una tradición que está prácticamente desaparecida, era la de compartir la ofrenda de los ahijados difuntos con los padrinos de bautizo y de cruz. Los días 2 o 3 de noviembre llevaban a los compadres una canasta con fruta, pan y una ollita llena de mole y carne de pollo o guajolote, luego esta canasta también se solía regresar con alimentos, convirtiéndose esto en un intercambio.