Di su nombre

Di su nombre

LAGUNA DE VOCES

Debemos sobrevivirnos a través del acto mágico de que alguien repita nuestro nombre, lo diga una tarde en que el cielo adquirió esos tonos rojizos que semejan un incendio. 

Los recuerdos son exactos cuando es posible pronunciarlos, sílaba a sílaba, letra a letra, y hacer realidad mediante el sonido, lo que se pensaba olvidado.

No entiendo a quienes tienen un solo hijo y sacrifican el pasaje gratuito que Dios ofrece a la eternidad, sin requisitos complicados, solo el sentido común de ponerle su nombre. Mal hace quien piensa que eso es un ejercicio de soberbia. Es, como lo he citado desde el principio, de sobrevivencia, e incluso de agradecimiento.

Imposible el olvido si seguimos vivos a través de quien se llama como nosotros. Pesa sin duda, pero no tanto, no tan dramáticamente como algunos piensan. Y pasados los años se hace una carga ligera, hasta resultar placentero saber que hay una conexión directa con otros mundos a través de la palabra.

No basta el recuerdo, hay que hacerlo sonido, y el sonido, lo sabemos, es el acto más pleno de poderes mágicos que cualquier ser humano haya conocido.

Pronunciar tu nombre es garantía de trabajo constante por la eternidad. Un ladrillo a la vez para construir una fortaleza a prueba de todo, del tiempo, de la muerte, de la fugacidad de los recuerdos. Es posible incluso que llegue el olvido, y sobreviva simplemente la palabra. Pero la palabra da vida cuando así lo desea. El asunto será desear y sin otro conjuro que no sea tu nombre, todo será de nueva cuenta vida, luminosidad.

Los hijos deben llevar, uno de ellos, el nombre del padre y la madre. Si son hermosos, y el sonido tiene signos de río, lago, mar, playa, mucho mejor. Pero lo contrario no es una catástrofe.

Debemos entender, de una vez por todas, que es uno de esos actos vitales que podemos llevar a cabo en pleno uso de nuestras facultades mentales. Se trata, hay que insistir en ello, de que alcancemos la eternidad, y que al ser convocados podamos dejar un rato el estado puro de espíritu, para ser por instantes la persona con rostro y ganas de jugar la broma de las apariciones.

Pronunciemos con insistencia el nombre de quien amamos, y no es requisito que la otra persona haya muerto. A veces simplemente no está a nuestro lado por esas cosas de la vida, pero bastará decirla, letra a letra, para que detenga el camino, sepa que es pensada, y reciba como bono en vida la promesa del recuerdo.

Compruebo en estas fechas que es cierto en todo, lo que una maestra nos contó del poder descomunal de la palabra.

A lo largo del camino dejamos de decir para siempre un nombre. Lo alejamos de nuestro vocabulario, lo desaparecemos, y un día cualquiera se hace nada para nunca regresar.

Lo perdido debe sobrevivir en lo más preciado que son los hijos, o en una nube que bauticemos con la palabra, un árbol en el jardín, una flor, un libro.

Algo que se quede aún después de nosotros.

Di su nombre. Con la calma absoluta, del que recuerda. Pronúncialo para que, si aún vive, reciba el regalo de la vida. Y si ya se fue, el del recuerdo.

Di su nombre.

Mil gracias, hasta mañana.

Mi Correo: jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

X: @JavierEPeralta

Related posts