Desgarradora muerte de Cristo

Representación “escondida” en Italia

    •    Una confraternidad encargó la obra a Niccolò dell’Arca hacia el 1463 


El magnífico conjunto se encuentra en la Chiesa della Vita (Iglesia de la Vida), en la ciudad de Bolonia, en el norte de la península.
En el centro, el cuerpo de Cristo yace sin vida sobre un ataúd rectangular. A su alrededor, seis guras de tamaño natural expresan, con unos gestos desgarradores y un dramatismo casi teatral, el dolor insoportable por su muerte.
La obra se caracteriza por un dramatismo inédito para su época. Se trata de la Virgen, las tres Marías (María Magdalena, María Salomé y María de Cleofás), San Juan y José de Arimatea.
Se encuentra en una iglesia de Bolonia, Italia. Este conjunto escultórico es una obra excepcionalmente conmovedora del artista italiano Niccolò dell’Arca. Lleva por nombre Compianto sul Cristo morto (Lamento por la muerte de Cristo) y se caracteriza por un dramatismo inédito para su época.
Las esculturas están hechas con terracota, un material con el que el autor consiguió un gran impacto visual. En la obra, la cabeza de Cristo descansa sobre una almohada donde está grabada la firma del autor: NICOLAI DE APULIA.
Se cree que el artista, conocido por el sobrenombre Niccolò dell’Arca, nació entre el 1435 y el 1440 en la Apulia, una región del sur de Italia.
El artista moldeó las guras con terracota, un material considerado “pobre” con el que logró un poder expresivo de gran realismo e impacto visual.
María Magdalena, con la ropa alborotada por el viento, está petrificada en un grito de dolor e incredulidad ante la inexorable realidad. María de Cleofás frena en seco antes de llegar al cuerpo de Cristo y levanta las manos como si quisiera negar la escena. San Juan, inmóvil, rebosa tristeza.
La Virgen, con las manos fuertemente entrelazadas, tiene el gesto más desgarrador de todos: su dolor es inconmensurable.
El gesto de la Virgen es de un dolor inconmensurable. María Salomé trata de contener las lágrimas aferrándose a sus piernas y apretando las manos con fuerza. El único que no mira a Cristo es José de Arimatea, que parece invitar al espectador a participar en tan dolorosa tragedia.

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