Del mundo virtual al horror de la realidad

Del mundo virtual al horror de la realidad

LAGUNA DE VOCES

Hemos visto una y cien veces la escena en que uno o varios sujetos entran a un bar, a un restaurante, o en plena calle, disparan contra las personas que se cruzan en su camino, que pueden ser una profesora de primaria, unos jóvenes que nadie sabe hasta ahora su grave pecado para morir ejecutados. No es diferente a muchos otros que circulan en las redes sociales, también de muchas otras ejecuciones que se repiten sin cesar a lo largo del país.

Sin embargo se distingue por mostrar una realidad cada vez más cercana a los juegos de video donde matar es el principal objetivo, y en los que regularmente se hace uso de fusiles de asalto que el asesino virtual, cada vez más detallado en rasgos humanos, apunta contra el que se le cruza en el camino para sumar más y más puntos en un escenario que presumimos inexistente, pero que ha dado el paso rotundo para instalarse en la vida cotidiana de México.

Igual que el luto no resuelto cuando muere un ser querido, y que nos sume en un sopor interminable que con frecuencia se queda hasta la edad adulta, o de plano se instala para construirnos un carácter plagado de tristeza y melancolía. Igual empieza a pasar con toda la sociedad mexicana, que mira y mira los videos en que sujetos sin rostro todavía definido (igual que los juegos de video) ingresan a un bar, disparan a diestra y siniestra, rematan con una pistola escuadra a los caídos y se van con la alegría de haber sumado más puntos en la competencia.

Hemos decidido desde hace mucho cancelar la cualidad de ser humano a los que asesinan y a los que son asesinados, como si esa simple acción pudiera guarecernos del infierno en que se ha transformado el país; como si esa simple acción en la que nosotros sí conservamos las cualidades y características de personas, no otorgara la garantía de nunca cruzarnos en el capítulo de la historia en que matan a decenas en un establecimiento comercial.

Al apartarlos y colgarles el estandarte de especies de un mundo que deseamos sea ajeno al nuestro, creemos dar el primer paso para dar vida a una realidad en que aparentemente solo se matan entre miembros de una sub raza humana, y que son tan iguales a los asesinos virtuales del juego del xbox, que seguramente llevan un chip incluido que les impide matar a los seres humanos reales, que por supuesto somos todos los demás.

Todavía creemos que con invocar la consabida frase, “si lo destazaron, si lo torturaron y si al final lo mataron, habrá sido por algo”. Con eso nos consolamos, porque damos por hecho que nosotros nunca hemos hecho ese “algo” que pudiera provocar la ira de los sicarios, de sus jefes que los mandan a cobrar venganza.

Y también aceptamos que en esa guerra de la realidad alterna, todo el tiempo ganan los que matan más, los que hacen sufrir a otros, los que torturan, los que roban, los que extorsionan. Damos por hecho que si por algún error de programación acabamos metidos en ese mundo, todo estará perdido, porque el miedo nos ha convertido en cómplices de la incapacidad para mirar siquiera, para pronunciar las palabras que denuncian, que acusan. El miedo nos ha quitado incluso la capacidad de crear a partir de la palabra.

Nos negamos a entender que la brutalidad nunca va acompañada de entendimiento, de claridad para descubrir el valor creador de verbalizar los hechos. Creemos que se darán cuenta, que descubrirán la treta, y no entendemos que el primer origen de los sicarios es la incapacidad para entender el mundo por la carencia absoluta de palabras para pronunciarlo.

Día a día, lo observamos, un mundo virtual donde asesinos idénticos al juego de video masacran al por mayor y día con día pierden la definición de sus rostros, buscan exiliarse de nuestra propia realidad, la que hemos construido en cientos de años de esfuerzo para crear, a partir de la palabra, la maravilla que es el mundo y los seres humanos.

Tal vez todavía haya tiempo de evitarlo.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

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