
Letras y Memorias
En el espacio de cuatro metros cuadrados, suena una canción, es un recuerdo lejano, muy lejano de cuando los días transcurrían diferente; suena una canción que la cabeza no olvida y, curiosamente, siempre dio por hecho que se trataba de algo real, algo que nació y se desarrolló por obra de la naturaleza artística, pero no.
Encerrado allí, en esa oficina de persianas deterioradas, he hecho un viaje a la época en que la guitarra me acompañaba a la secundaria tres veces por semana. Aquel noble regalo que me diera mi padrino Leo, hoy yace en el estuche y sin una de sus cuerdas, pero por el lejano 2008, cuando el instrumento fabricado en Paracho, Michoacán, llegó a mis manos y fue bautizada como “Nirvana”, lo era todo para mí.
Recuerdo con lucidez cómo eran las travesías que mi guitarra y yo vivíamos al tener que viajar desde Coacalco hasta Indios Verdes, para luego caminar unas cuadras y llegar finalmente a la secundaria en donde viví la dicha del primer amor y también del primer corazón roto, destrozado. Fue allí que los sueños mutaron y cambié el balón de futbol por la música punk y las bandas de moda mezcladas con clásicos como The Cure, Rolling Stones, Metallica y The Beatles, aunque éstos últimos nunca han sido de mi total agrado, ciertamente.
Los días de guitarra eran una dicha, porque se aprovechaba la hora del receso para que Armando, Maurilio, Carlos, Germán y yo, montáramos un pequeño festival musical a un costado del laboratorio de química, y al ritmo de la única canción que nos sabíamos en su totalidad, tuviéramos a compañeras y compañeros de otros salones, tarareando “Smells Like Teen Spirit”, de Nirvana. La magia era que sin tener idea de cómo ser estrellas de rock, por lapsos nos sentíamos como tales, y la recompensa fue siempre ver la sonrisa de tal o cual persona, y la emoción de sabernos unidos en torno a una canción vieja, muy vieja.
Ahora, encerrado en mi guarida donde a veces ningún sonido entra, añoro un tanto las mañanas en el Plantel Azteca, jugando a ser una estrella de rock en compañía de mis amigos; vamos que, teníamos nombre de cada uno de nuestros futuros discos, portadas y giras planeadas, pero el tema triste es que nunca logramos dominar los acordes, ni siquiera lo más básico de la estudiantina de la escuela.
Armando destacó por aprender con facilidad y hacer sonar guitarras, bajos y a veces el acordeón pero, el resto, fuimos meros espectadores, esperanzados en que vendiendo el alma al diablo lograríamos tener la habilidad y fama de nombres como Berry, Page, Cobain o Rose.
Nunca pasé de la “guitarra de aire”, en donde sé bien que destaqué como pocos por la habilidad de empatar el rasgueo de mi mano diestra con los acordes de la siniestra, pero a decir verdad, ¿quién va a un concierto en donde no hay instrumentos y más bien sale un loco en el escenario fingiendo que toca y, además, canta mal? Seguro que nadie.
Hoy el encierro me ha jugado una pasada noble, una en donde escuchando aquella canción que creí existente pero que no nació como tal, me he remontado al lejano 2008, cuando mi emoción más grande era sentir la guitarra que me regalaron en mi cumpleaños, tocar unos cuantos acordes memorizados, y creer que en un futuro cercano, mi banda tendría un tour mundial.
Qué bella es la imaginación, qué amable es la mente con esa capacidad de recordar y recrear hasta el detalle más mínimo; ojalá de vez en cuando, uno pudiera regresar.
¡Hasta el próximo jueves!
Postdata: Algún día tomaré de nuevo a Nirvana con mis manos, y de su dulce cuerpo emanarán melodías únicas, algún día…
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