
LAGUNA DE VOCES
Apenas guardado un luto necesario porque las fiestas de fin de año llegaron a su fin, los grandes almacenes, las tiendas en línea, las televisoras, ya nos avisan que la vida sigue, y que por lo tanto será necesario estirar aún más el magro recurso económico que todavía queda, para hacer frente al Día del Amor y la Amistad en el mes de febrero que se asoma a la vuelta de la esquina.
Aunque viéndolo bien, y a estas alturas de vida, sería absurdo y tedioso asumir la actitud del que condena con violencia el consumismo, para bendecir y ensalzar lo contrario; igual que en un afán intelectualoide, rasgarse las vestiduras porque a no pocos les pegó en el corazón la muerte de Polo Polo, y con gesto despectivo argumentar que en gente de bien pensar y que se auto catalogó como del gremio intelectual, no es permitido condolerse por la pérdida citada.
Es decir, en el terreno del consumismo, que, si algo nos ayuda a librar la amargura del tiempo, es la distracción que generan las compras a puro tarjetazo, que además no tan lejano el instante del último adiós, por lo que es momento de pensar que, después de todo, nos merecemos una venganza esperada por años y años, en contra de las instituciones bancarias, y dejarles saturado el crédito, que según creemos ya difuntos dejarán de cobrarnos.
Buena parte de la existencia humana se dedica a encontrar la forma de prohibirse todo lo que se pueda, porque según es malo. Lo anterior incluye por supuesto la ingesta de alcohol en cualquiera de sus presentaciones, la afición al amor, a la comida, a las trasnochadas, al pan, a la despreocupación como objetivo de vida, y por supuesto al consumo. El argumento siempre es el mismo: solo heredarás pesar a tus parientes. Porque de todos, el consumismo, es decir el antiquísimo gusto de comprar lo que después no podremos pagar es, junto con la bebida, de los más criticados, censurados y finalmente vía de aceptación del que un día se levanta y se dice, con esa sabiduría popular: “ya me tomé todo lo que debía tomar; ya compré todo lo que debía comprar; ya gocé del amor todo lo que debía gozar”. Después de semejante aceptación no viene la cura, sino la muerte lenta y llena de agonía.
Pero pocos hablan de lo mucho que ayuda que el comercio maneje a su antojo el calendario de los días, y de buenas a primeras ya estamos en febrero con el Día del Amor, y por lo tanto el empujón para endeudarnos. Y después saldrán con lo que se tenga que festejar en marzo, es decir la primavera, y nada mejor que estrenar ropa, zapatos, ventiladores y viajes a crédito, porque llegó el calorcito.
De no existir estas alternativas, seguro ya tendríamos un pie en la tumba, o pasaríamos el día entero dándonos golpes de pecho porque el arrepentimiento de lo malos, malísimos que fuimos, nos tendría en semejante trance.
Mejor sería levantarse una mañana y exclamar que ya nos perdonamos, que después de todo no fuimos ni mejor, ni peor que muchos, que solo bajo esta nueva actitud del auto perdón es posible seguir en este tren desbocado que es la existencia humana.
Pruébele.
Deje de sentirse el que se espanta por tener el crédito de la tarjeta saturada. Deje de contar los días del corte y el cargo. Si tiene va a pagar, sino pues no. Pero nadie le quitará el gusto de mostrar el plástico, anotar su NIP, y ver con sonrisa de oreja a oreja que ya le aprobaron la nueva compra, con todo y que debe hasta el corazón.
Dios proveerá, y lo bailado ni quién se lo podrá quitar.
Así que, a prepararse, que como luto ya bastó enero, y ahora es asunto de empezar de nuevo los festejos, que con todo y la censura de los que llaman consumismo a lo que en realidad son menjurjes para sobrevivirnos, es un gusto y una realidad, de los que se ayudan unos a otros en el mar de la vida.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta