Debatir (Para SRSS, con afecto)

FAMILIA POLÍTICA

Sin duda, es la Política, el ámbito de mayor relevancia pragmática de los debates; ya que en ella está en juego, ni más ni menos que el poder y en algunos casos la llave para pasar a la Historia (con pena o con gloria).  Así ocurrió con discursos célebres a través de los siglos, como las Filípicas de Demóstenes y/o las Catillinarias de Cicerón.

 “¿Qué es más importante?
¿Buscar la verdad en un debate
o ganarlo aún con mentiras?.

Diálogo entre Sócrates y Protágoras.

Un médico, a quien considero verdadero triunfador en el campo de su profesión y en el difícil arte de ser mi amigo, se empeña en negar su vocación política (la cual por herencia, trae en la sangre y en la piel).  Tan singular personaje afirma que votará por “ya sabes quién” solamente para darse el lujo de cambiar de corruptos y de corruptores.
    Seguramente bajo la influencia de los tiempos inéditos que vivimos en materia preelectoral, afirma sin rubor alguno: “yo quiero aprender a debatir”.
    Ante la imposibilidad de cumplir rápidamente con sus elevadas expectativas, trataré de comenzar, por el principio, esta humilde aportación pública a sus privadas aspiraciones didácticas:
    El verbo debatir, proviene del latín debattuere: “altercar, contender, discutir, disputar sobre una cosa”.  De ahí surge el sustantivo debate que el Diccionario de la RAE define como: “Controversia sobre una cosa entre dos o más personas”.
    Así, me fui al antecedente más conocido en el arte de la argumentación y releí un célebre diálogo entre Sócrates y el sofista Protágoras, magistralmente narrado por Platón.
Como es sabido, los sofistas eran un grupo de mercenarios de la pedagogía y maestros de la demagogia, los cuales cobraban fuertes cantidades por enseñar a los “juniors”, a preservar por medio de la palabra, el poder que les venía como herencia.
Paradigmas del Relativismo, los sofistas se retratan, en la expresión de Protágoras: “Nadie se baña dos veces en el mismo río.  Al entrar por segunda vez, el agua ya no es la misma y la persona que en ella se mete, tampoco”.  Hay que recordar que el propio Sócrates fue sofista y después atacó a esa escuela, por su pragmatismo, su falta de amor por la verdad y por otros valores fundamentales.  Valió la pena reencontrar a este clásico.
En materia de elocuencia trascendente, es necesario recordar que dos de los más grandes representantes del debate en la historia fueron Sócrates y Jesucristo.  Ambos tienen en común que jamás escribieron una letra.  Al primero lo conocemos por los Diálogos de su discípulo Platón y al segundo por los testimonios, no siempre confiables, de los evangelistas.  De todas maneras, la Ironía socrática y las parábolas de “El Rabi de Galilea”, son ejemplos de una retórica sencilla y eficaz.
En todas las ramas del saber humano, el debate existe: hasta en las juntas de médicos, solamente que en ellas, si se gana la discusión y se pierde la verdad, el paciente muere.
En ciencia, los debates sin libertad de expresión (ahí estaba el poder absoluto de la Santa Inquisición) costaron la vida o la marginación a Galileo Galilei, Pico della Mirandola, Juana de Arco, Carlos Darwin y otros ilustres personajes.
Sin duda, es la Política, el ámbito de mayor relevancia pragmática de los debates; ya que en ella está en juego, ni más ni menos que el poder y en algunos casos la llave para pasar a la Historia (con pena o con gloria).  Así ocurrió con discursos célebres a través de los siglos, como las Filípicas de Demóstenes y/o las Catillinarias de Cicerón.
En un terreno más mundano me permito enumerar algunas recomendaciones prácticas:
1.- Domine la lógica y el lenguaje.  Son sus armas de guerra (si tiene duda del significado de una palabra, por familiar que parezca, no la utilice).
2.- Nútrase de cultura general: literatura, historia y filosofía son básicas.
3.- Si conoce de antemano los temas, estúdielos a fondo.
4.- Procure la asesoría de especialistas, maneje tarjetas escritas y mentales, ante escenarios que resulten previsibles.
4.- Recuerde que en todos los temas suelen propiciarse debates.  Es preferible perder una amistad que una discusión política, un albur o una disputa futbolera.
5.- Visualice la personalidad de sus oponentes.  En un esquema de: fortalezas, debilidades, amenazas y oportunidades.
6.- Con las mismas perspectivas auto analícese.
7.- No pierda el sentido del humor, aunque hay personas que soportan mejor una mentada de madre que una burla.  Su ironía debe ser muy fina.  Una sonrisa burlona irrita y lastima la dignidad de sus adversarios (si ésa es su intención, estudie la risa del perro de caricatura conocido como “Lindo Pulgoso”).
8.- Parezca humilde, hasta cuando sea soberbio.
9.- Evite el plagio.  Procure citar a las fuentes y a los autores de frases o cifras que maneje, no adjudicárselas como propias.
10.- Lleve preparado, DE MEMORIA su final, final.  Tiene que ser de alto impacto.
Se recomiendan frases poéticas, filosóficas, políticas, bíblicas, etcétera.  (el efecto puede revertirse, como en el caso de “ya sabe quien” cuando habla de su plumaje blanco que no se mancha cuando cruza el pantano).
Sin decirlo, el epílogo indica que el discurso estaba planeado; que agotó sus temas y  conclusiones; que llegó a donde quería llegar.

Junio, 2018.

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