El Mercadólogo
Desde hace unos días, se nota en el ambiente algo diferente. Podemos ver por las calles grupos de jóvenes y niños vestidos formalmente, celebrando sus respectivas graduaciones. Hace más calor, lo que nos invita a tomarnos la vida de una manera un poco más relajada, aunque a veces nuestras tareas diarias nos obligan a acelerar, precisamente porque se acerca la temporada de vacaciones y hay que dejar todo preparado.
Este año, por las diferentes circunstancias que estamos viviendo, no todo el mundo podrá disfrutar de ese merecido descanso. Al contexto sanitario que llevamos ya dos años viviendo, con restricciones, contagios, precauciones, cubrebocas y demás términos que hemos incorporado en nuestras vidas, se suma la guerra del otro lado del mundo, cuyos efectos vemos en forma de incremento de precios, pero no así de sueldos, lo que limita nuestra capacidad económica.
En definitiva, no todo el mundo se podrá permitir parar su vida laboral durante unos días, irse de viaje a una playa, a disfrutar del placer que conlleva no tener ninguna obligación más allá de descansar, o a un destino de interior, para admirar las abundantes ofertas culturales que tenemos en nuestro país. No, mucha gente tendrá que posponer estos permisos retribuidos, ya sea por falta de dinero, que no le permitirá moverse de su lugar de origen, o porque no pueden separarse de sus negocios ni darse el lujo de estar unos días sin un ingreso.
Aunque tenemos el concepto en la mente de que las vacaciones son un lujo, en realidad son una necesidad. Sus beneficios en nuestra salud son evidentes: reducción del estrés, mejora del estado anímico y de la calidad del sueño, e incluso tienen efecto directo en la tensión arterial. Además, el hecho de tomar un poco de distancia de nuestros problemas cotidianos hace que, al volver, tengamos otra perspectiva sobre ellos, surgiendo en nuestra mente maneras más creativas para solucionarlos.
Detener nuestro ritmo de vida durante unos días, cambiar la rutina, ocupar nuestra mente en otras cosas distintas, disfrutar de pasar tiempo con la gente que queremos, hace que, una vez terminado el periodo vacacional, volvamos con fuerzas renovadas, lo cual repercutirá directamente en nuestra productividad. No por nada, desde 1936, en Francia, se reconoció el derecho de los trabajadores a tener vacaciones pagadas. El periodo de vacaciones no se ha conseguido unificar en el mundo: mientras en algunos países se tienen hasta veintidós días laborales de vacaciones por ley, en México son variables, apenas seis días por el primer año trabajado, incrementándose en dos días por cada año subsecuente.
La pérdida de este derecho, ya sea de manera voluntaria u obligada, no solo afecta al propio trabajador. También se ven afectadas sus familias, que de manera indirecta se ven obligados a renunciar a ese descanso. En el caso de tener niños pequeños en el hogar, no poder disfrutar de unos días de descanso, afecta a la conciliación, ya que, al no haber escuelas, hay que buscar una solución al problema de no poder dejarlos solos en casa, pero a su vez, seguir trabajando.
A su vez, la economía se ve afectada: toda esa gente que no puede permitirse unas vacaciones significa una reducción en los ingresos previstos en las zonas turísticas. Al disminuirse la cantidad de viajeros que realicen un consumo en restaurantes, hoteles, zonas de ocio, se ve mermada la economía de dichos lugares, con su consecuente efecto en la destrucción de empleo o incluso en el cierre de muchos de los negocios dedicados a esta rama.
Ojalá la mayoría de mis lectores puedan permitirse tener unas merecidas vacaciones, que puedan renovar sus fuerzas y, después, retomar sus actividades con más energía.