De turismo y negocio

De turismo y negocio

El Mercadólogo

La ciudad de Guanajuato ha sido testigo durante esta semana de cómo, a unos días de comenzar el Festival Internacional Cervantino, podía haberse quedado sin uno de sus icónicos sitios turísticos disponible. La disputa entre vecinos y fotógrafos hizo que, durante un día, el mítico Callejón del Beso permaneciera clausurado. Los vecinos se quejaban de la violencia a la que eran sometidos por parte de los fotógrafos, que, en su afán de hacer su trabajo, recurrían a empujones y demás agresiones. Al final, ambas partes han conseguido llegar a un acuerdo, aunque algunas de las soluciones implementadas por el gobierno, como la instalación de un tótem con un código QR que, al acceder a él, cuenta la leyenda del sitio, no ha sido del agrado de los guías turísticos.

Me ha pasado muchas veces que, mientras viajo, pienso que gran parte de las cosas que soy afortunado de visitar, anteriormente no eran accesibles para la mayoría de la gente. Aunque el negocio del turismo ya se explotaba en la Edad Media, en esa época los motivos estaban centrados exclusivamente en la religión: las peregrinaciones no eran más que la manera de fomentar la movilidad de la gente y generar una derrama económica en las ciudades visitadas.

Pero poco a poco hemos ido ganando derechos laborales, y uno de ellos, las vacaciones pagadas, han permitido desarrollar un sector económico que, en muchos países, ya es su primera fuente de ingresos. Sin embargo, muchas veces, el querer dar prioridad a los visitantes hace que la gente que reside en un sitio vea afectada su manera de vivir, y, por tanto, que se generen conflictos.

Guanajuato no ha sido la primera ciudad en tener un problema con los turistas: esta misma semana hemos visto en las noticias que un visitante estadounidense tiró al suelo dos esculturas romanas de 2,000 años de antigüedad. Por lo visto, esta persona había solicitado, en ese momento, tener una audiencia con el Papa, sin seguir el curso habitual para ese tipo de solicitudes, y, al obtener una respuesta negativa, tuvo una reacción violenta.

Aunque este ha sido un problema difícil de atajar, existen muchos otros conflictos generados por el turismo de masas. Por ejemplo, el llamado «turismo de borrachera»: algunas zonas han basado su oferta en atraer gente que busca noches de fiesta y alcohol. Por muy divertido que parezca al principio, a la larga, se termina alejando a los vecinos de esas zonas, cansados de ruidos a altas horas de la noche, peleas, suciedad, destrozos. Pero, en su momento, eso no se tuvo en cuenta al fomentar un modelo de negocio específico, por lo que ahora es difícil mejorar la imagen de estas ciudades y cambiar el perfil de sus visitantes.

Es que, como en todos los negocios, las autoridades tienen que detenerse un momento a pensar qué tipo de turismo quieren generar. Valorar todos los posibles atractivos existentes y, no solo promocionarlos, también adaptar el sitio para que la llegada de visitantes no genere un deterioro del patrimonio o del hábitat. Poco a poco se va aprendiendo: hasta hace unos años era posible subir a la pirámide del Castillo, en Chichen Itzá, pero con los daños sufridos, ahora es impensable.

La coexistencia entre turistas y vecinos es posible, pero tienen que existir una serie de normas que determinen la manera de actuar de unos y otros. Desafortunadamente, las leyes y las autoridades suelen ir a la zaga en todos los aspectos, y el turismo no es la excepción.

Al final, si las reglas del juego no son justas para todas las partes involucradas, visitantes, vecinos, comerciantes y trabajadores, el modelo de negocio no funciona.

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