De reyes y épocas doradas

De reyes y épocas doradas

El Mercadólogo

Es innegable que, hasta hace unos pocos años, vivíamos la época dorada de los medios publicitarios. Para nosotros, los planificadores, la vida era muy fácil: si queríamos que la gente supiera de la existencia de algún producto o servicio a nivel nacional, solo teníamos que hacer una campaña de TV. Si era algo local, la radio era nuestra mejor aliada. Si el anunciante no disponía de mucho presupuesto, siempre se podía recurrir a los periódicos o a la publicidad exterior. No había que hacer demasiadas reflexiones, ya que los medios eran unidireccionales.

Pero llegó la revolución de internet. Primero, unas cuantas webs. Después, los buscadores, a los que se unieron algunos años más adelante las redes sociales. Por si esto no era poco, comenzamos a utilizar internet todo el tiempo en nuestros teléfonos celulares. Empezamos a usar los datos de los propios clientes para que fueran impactados por la publicidad que consideramos más relevante para ellos. Llegó la geolocalización. Como remate final, aparecieron las plataformas OTT (over the top, o de transmisión de vídeo por internet). Todo esto modificó el comportamiento de la gente de manera radical.

La reina televisión se vio destronada. Antes, en los buenos tiempos, toda la familia se reunía a su alrededor por la noche y veía alguna de las opciones que le daban los pocos canales disponibles. La gran mayoría de la gente veíamos lo mismo, a la misma hora. Sin darnos cuenta, nuestros gustos, aficiones, y a veces hasta nuestra manera de pensar, se veía influida por lo que era emitido desde la televisión.

Como en toda monarquía, siempre hay disidentes. La gente que no estaba de acuerdo con lo que salía en la pantalla en el horario estelar te decía que había otras maneras de entretenimiento: leer un libro, dar un paseo, hacer alguna de las mil tareas que hay en casa siempre pendientes por hacer. Pero claro, al día siguiente, en la escuela o el trabajo, mientras los demás compañeros comentarían acerca del partido de fútbol emitido el día anterior, o del cantante que había salido en el programa musical de moda, esos que habían dado al botón de apagar se quedaban fuera de la conversación.

Internet, como candidato a suceder en el trono a la, llamada por algunos, «caja tonta», optó por ampliar las opciones. Así cada uno tendría la posibilidad de elegir qué ver en cada momento. No más gustos iguales: ahora todos daríamos rienda suelta a nuestras aficiones reales, a nuestras preferencias, que seguramente no se parecerían en nada a nadie más en nuestro entorno. Somos únicos, y como tal, tenemos derecho a un ocio personalizado.

Por eso, cuando accedes a la plataforma de tu preferencia, existe una sección con recomendaciones específicas, basadas en lo que has visto antes y en si le has dicho previamente a la plataforma si te ha gustado una serie o una película específica. Para ello, además, te dan la posibilidad de crear perfiles, de manera que cada una de las personas que utilizan esa cuenta tengan su propia personalización.

Curiosamente, las conversaciones en el trabajo o la escuela no han variado mucho. Porque, salvo algunas excepciones, seguimos viendo las mismas series, las mismas películas. Seguimos viendo los mismos partidos de fútbol, aunque ahora haya que pagar más para poder verlos todos. De hecho, ahora es peor, porque si antes te habías perdido el capítulo del día anterior, no faltaba algún compañero con malas intenciones que te contaba quién era el asesino. Ahora no hace falta ese compañero: ya te cuentan en redes sociales, a las pocas horas del estreno, todos y cada uno de los detalles acontecidos.

Tal vez la promesa de terminar con el reinado de la TV no incluía acabar con la monarquía. Solo se trataba de ponerle la corona a otro aspirante.

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