De regalos y obsolescencia

De regalos y obsolescencia

El Mercadólogo

Se acercan las fiestas navideñas. Ya, ya sé que mi aviso llega un poco tarde, que seguramente ya habrán visto por las calles miles de mensajes que les recordaron la llegada de esta época antes de leerlo en mi columna. De hecho, la mayoría de esos mensajes les habrán recordado que, con la Navidad, llega el momento de hacer uno, o varios regalos a nuestros seres queridos, y a veces a los no tan queridos. Espero que ya tengan elegido todo lo que tienen que comprar, porque el tiempo pasa muy rápido, y cuando menos nos demos cuenta, estaremos abriendo regalos.

Uno de los recursos más utilizados para regalar son los productos tecnológicos. Cuando yo era adolescente, había una tipología de regalo que nunca fallaba: un CD o un DVD. Pero claro, con la llegada de las plataformas digitales, cada vez se vuelve menos necesario este regalo. A estas dos tipologías de productos los ha terminado por descatalogar la obsolescencia técnica: cuando, con el paso del tiempo, algunos productos se vuelven poco prácticos o directamente inútiles para su función.

Sí, hay más tipos de obsolescencia, no solo la más famosa: la programada. Sé que muchos habrán escuchado de ella; algunos pensarían que es un mito y otros, que los fabricantes programan de manera intencional la fecha en la que un producto dejará de funcionar. En realidad, no funciona así exactamente. Simplemente algún componente del producto tiene un promedio de tiempo de uso aproximado, como el filamento de las bombillas. ¿Sabían que la primera bombilla estaba diseñada para ser útil para siempre? Eso era mala idea para los fabricantes de bombillas, que decidieron sustituir los filamentos por otros que tuvieran una duración aproximada de mil horas.

Pero seguramente muchos de los «regalos estrella» de Navidad estarán más relacionados con la obsolescencia psicológica. Este fenómeno es bastante curioso, ya que no es necesario que el producto deje de hacer sus funciones, ni siquiera que tenga una mínima avería. Simplemente, surge otro que es más moderno, o tiene más funcionalidades, o es más «bonito» (o al menos lo aparenta a los ojos de los consumidores). Así, se consigue que el producto anterior esté «fuera de moda», y, por tanto, se crea la necesidad de comprar el nuevo. Creo que a todos nos ha venido a la cabeza algún ejemplo para dejar clara esta tipología.

Otra de las obsolescencias está afectando últimamente a la venta y producción de coches, aunque no es exclusiva de este sector. Estoy hablando de la obsolescencia ecológica, en la que algún producto sale del mercado por sus efectos en el medio ambiente. Esta retirada puede ser por la propia oferta de los productores, que, en muchos casos forzados por la legislación, se ven obligados a retirar algunos de sus productos, o buscar soluciones que sean más respetuosas con el medio ambiente. En otras ocasiones, es la presión por parte de los consumidores, que comienzan a rechazar estos productos, hasta que los fabricantes encuentran alguna solución más ecológica, o pierden su nivel de ventas, convirtiendo su producción en poco rentable, con su consecuente retirada del mercado.

Existe otra tipología que, particularmente, me da mucho coraje. Es la obsolescencia económica. Seguramente les ha pasado en alguna ocasión que van a un taller a reparar algún electrodoméstico y les dicen que les sale más barato comprarse uno nuevo, porque la reparación es muy costosa. No es que no tenga manera de repararse, es que, al haberse vuelto un producto «viejo», el esfuerzo económico necesario para conseguir las piezas de repuesto resulta mayor que adquirir un producto nuevo. Supongo que la raíz de mi coraje está relacionada con mi apego a algunos productos, pero eso es tema para otra columna.

Como ven, todos, en algún momento, sufrimos los efectos de la obsolescencia, en cualquiera de sus tipologías. Aunque, en esta época navideña, nos dan opciones sobre posibles regalos para esta temporada. Algo bueno tenía que tener.

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