
El Mercadólogo
Cuando pensamos en los grandes avances de nuestra civilización, inmediatamente nos vienen los mismos ejemplos a la cabeza: el manejo del fuego, la rueda, la agricultura, la escritura. Pero a veces hay algunos avances que, aunque parezcan insignificantes, resultan fundamentales. Así, cuando preguntaron a Margaret Mead, una prestigiosa antropóloga, cuál fue el primer signo de civilización, su respuesta sorprendió a su interlocutor: un fémur fracturado y sanado.
Lo importante en realidad no es el fémur. Es pensar que, si una persona se fractura el fémur y nadie se preocupa por curarlo y cuidarlo, es presa fácil para cualquier depredador. Es darnos cuenta de que esa persona herida era importante para alguien más, al punto de dedicar tiempo a su cuidado, poniendo tal vez en riesgo su propia existencia con tal de salir los dos con bien de la situación.
Sin embargo, estamos acostumbrados a invisibilizar, e incluso a veces a menospreciar, la importancia del trabajo de cuidados en nuestra sociedad. El inicio de la pandemia provocada por la Covid-19, con confinamientos estrictos en todo el mundo, nos obligó a darnos cuenta de que en todas las casas existía un trabajo invisible qué realizar: ya fuera por la presencia de niños o de ancianos, o incluso por el auto cuidado. Durante unos meses, vimos la importancia de «lo invisible».
Pero el ser humano tiene muy mala memoria, y aunque seguimos teniendo los datos diarios de contagios, ya se nos ha olvidado el trabajo que implican esos cuidados. Antes era gracioso que se colara en la videollamada el hijo de alguno de nuestros compañeros; ahora resulta impertinente. Antes evitábamos visitar a nuestros mayores por miedo a llevarles el virus y que pudieran enfermar gravemente; ahora nuestra agenda social no nos permite hacerles una visita.
Si la tarea de los cuidados ha sido ignorada durante tantos años, la organización de estos ya entra directamente en el terreno de la fantasía. Porque sí, hay que cocinar, planchar, poner lavadoras, dar de comer y muchas otras tareas que implican los cuidados, pero también hay que organizar cuándo ir al supermercado, si la ropa de los niños se ha quedado pequeña, los horarios de todos los habitantes de la casa y sus consecuencias para con los demás, tener los ingredientes necesarios para cocinar y miles de pequeñas cosas relacionadas con el buen funcionamiento de la economía doméstica.
Es curioso, porque en el mundo empresarial, los altos mandos son los que más dinero ganan, ya que tienen una mayor responsabilidad. Dicha responsabilidad viene de las labores de organizar y gestionar todo lo relacionado con la actividad; precisamente lo mismo que se hace en casa, pero no solo de manera gratuita, sino que además sin su debido reconocimiento.
Cuando hablamos de grandes empresarios, de emprendedores valientes, de trabajadores incansables en su profesión, ignoramos que, para que ellos pudieran dedicarse a su ámbito profesional, tenía que haber otra persona preocupada por su alimentación, vestido, calzado, higiene y demás pequeñas actividades, que en conjunto implican un esfuerzo físico y mental importante. Hablo, en el caso de los primeros, en masculino, porque históricamente han sido las mujeres quienes se han encargado de realizar esa labor, tanto de organización como de ejecución, generándoles una carga mental constante. Después de muchas protestas, los trabajadores consiguieron que se reconociera su derecho a descansar, pero en el caso de los trabajos de cuidados no remunerados, ese derecho no existe, condenando a la persona encargada de realizarlos a no tener un momento de descanso.
Tal vez haya llegado el momento de comenzar a repartir esa carga entre todos los adultos funcionales habitantes de cada hogar.