El Mercadólogo
Dice la sabiduría popular que «cuando todo es urgente, nada es urgente». Y, aunque muchas veces la tecnología es una gran ayuda, en otras ocasiones nos genera una sensación de alerta que hace que perdamos tiempo y no seamos capaces de enfocarnos en lo que realmente es importante.
Sin darnos cuenta, desatendemos un momento nuestro teléfono, y cuando volvemos a mirarlo está lleno de notificaciones. Dejamos de mirar nuestro correo electrónico, y cuando volvemos a verlo, tenemos una cantidad ingente de mails, muchos de ellos marcados con la etiqueta de «urgente».
Seamos sinceros: ningún cerebro humano es capaz de gestionar la gran cantidad de reclamos que tenemos en nuestro día a día. Es imposible estar pendiente de todo lo que, en teoría, requiere de nuestra atención de manera constante. Con el afán de optimizar los esfuerzos, intentamos priorizar entre todas las tareas pendientes, dejando para el final de la lista algunas que, en teoría, eran vitales.
Algunas veces, al realizar esta clasificación, cometemos errores y dejamos de lado cosas realmente importantes. Otras, desafortunadamente la mayoría, postergamos actividades que parecían vitales; al hacerlo, nos damos cuenta de que su urgencia no era tal. Es entonces cuando descubrimos que estamos rodeados de exigencias, que el mundo se ha vuelto una sucesión de listas interminables con cosas pendientes de hacer, que parece que el futuro de la humanidad depende de hacer todas y cada una de las cosas que se nos requiere.
Así, nos encontramos con que el 75% de los mexicanos padece fatiga por estrés laboral. Al estar tan generalizado, comenzamos a justificar y normalizar muchos de los síntomas de esta enfermedad: no es raro descubrir en nuestro entorno gente con dolores crónicos de cabeza, musculares, malestar estomacal, fatiga, irritabilidad, dificultad para concentrarse y muchos más. A la larga, estas dolencias derivan en depresión, problemas familiares, ansiedad, riesgo de caer en diferentes adicciones y, en general, un descenso en la calidad de vida.
Es fundamental ser capaces de dar a cada tarea su respectiva importancia y poder dedicarles el tiempo adecuado para cumplirlas de forma correcta y satisfactoria. Para ello, es necesario retrasar las tareas que sean menos importantes. Eso implica que, en algunas ocasiones, puedan existir conflictos y enfados con otras personas. Parte de cuidar nuestra salud mental implica poner límites a los demás, ser honestos y claros, no generar expectativas mayores de lo que realmente podamos cumplir y, sobre todo, entender que no podemos controlar las reacciones de los demás.
Culturalmente tenemos una mala visión sobre la palabra «no», pero es fundamental utilizarla en aras de conseguir, por un lado, una organización correcta de nuestro trabajo; y por otra, que las expectativas respecto a nuestro trabajo sean acordes con la realidad. Si asumimos más trabajo del que podemos realizar, tarde o temprano dejaremos cosas sin hacer. Si ponemos plazos imposibles de cumplir, seremos responsables de las consecuencias que genere no entregar a tiempo lo solicitado.
Otra parte importante de evitar esa sobresaturación de trabajo es aprender a delegar y a apoyarnos en nuestros compañeros de trabajo. Es inevitable tener a veces el «complejo de Superman», pensando que somos capaces de hacerlo todo sin ayuda. Para enfrentar este complejo, además de permitir ayuda, es necesario confiar en el trabajo que hacen los demás. Ya, ya sabemos que no será exactamente como nosotros lo haríamos, pero eso no quita que sea útil.
No existe una única manera de eliminar las prisas de nuestras vidas. Cada uno tiene que encontrar su manera de organizarse en su trabajo, ya sea con agendas, post it, aplicaciones en el teléfono y mil maneras más. Mientras nos sintamos cómodos y consigamos dar a cada cosa su debida importancia, no importan las herramientas en las que nos apoyemos.