
El Mercadólogo
El tema para mi colaboración de esta semana se la debo a mi hijo de 6 años. Estábamos paseando el otro día, cuando nos encontramos un pino al lado del camino. Era un pino muy alto y con el tronco muy grueso. A su lado, había otro pino, casi recién plantado. Tengo que decir que yo, como la mayoría de los adultos, iba pensando en otras cosas, y fue él quien me llamó la atención sobre los dos árboles. Me dijo: «mira, papá, qué alto ese. Y al otro, cuando lo cuiden y lo rieguen, va a crecer como el pino grandote». Bueno, tal vez no me dijo exactamente eso, pero más o menos eso fue lo que me quiso decir.
Su idea era que, con los cuidados adecuados, el árbol recién plantado podría crecer hasta llegar al tamaño del otro pino, que tenía un tamaño considerable. Yo, como todos los padres, le dije que sí, pero, sin querer, me vino a la mente otro pensamiento. «¿Y si no es un pino?» Mis conocimientos en botánica son bastante escasos, de hecho, nunca suelo aventurarme a decir de qué especie es cada árbol. Lo mismo estoy aquí hablando de un pino y era otra cosa. El punto es que, por mi mente, cruzó la idea de que, si ese pequeño arbolito no era de la misma especie que el grande, sino de otra que, por naturaleza no crecen mucho, difícilmente conseguiría llegar a su mismo tamaño.
Eso me llevó a pensar que en nuestra vida sucede algo similar. Hace no mucho tiempo, en mis publicaciones sugeridas por las redes sociales, me solía aparecer una que decía que los millonarios se levantaban a las seis de la mañana, y que los demás deberíamos adoptar esa costumbre si queríamos ser exitosos. Cada vez que la veía, me aguantaba la risa, ya que yo me levanto todos los días a las cinco y media, o antes, dependiendo de a qué hora decida mi perro que es hora de levantarme. Pero, por más que reviso mi cuenta bancaria, aún no soy millonario.
A veces el mundo nos hace pensar que la culpa de nuestros éxitos y fracasos es solo nuestra, y en parte tiene razón. El problema es cuando la métrica para definir si somos exitosos o no la determinan los demás. Porque, lo que para algunos puede ser un fracaso, para mí puede ser el mayor de mis éxitos. Y viceversa. La manera de evaluar nuestros logros tiene que ir alineada con el contexto en el que vivimos. De otra manera, será una fuente de frustraciones.
Porque parece que solo es válido ser exitoso si fundas una gran empresa y tienes millones de dólares en la cuenta bancaria antes de los treinta años. Pero no le damos el justo valor a esas familias que luchan cada día para poder conseguir un ingreso mínimo suficiente para cubrir sus necesidades básicas y las de sus hijos. No valoramos el esfuerzo de esos jóvenes que, saliendo ahora al mercado laboral, en medio de una crisis económica mundial, son capaces de emanciparse. No reconocemos el esfuerzo a esos negocios que, después de muchos años en funcionamiento, han conseguido seguir en pie, a pesar de la pandemia que hemos sufrido durante los últimos años.
Es que no todos los árboles son pinos. Ni todas las personas tenemos las mismas capacidades, ni las mismas herramientas disponibles, ni las mismas redes de apoyo a nuestro alrededor. Nuestro punto de partida no es el mismo, por lo tanto, nuestro objetivo en la vida no puede ser igual. No con esto quiero decir que, como no soy un pino, me tengo que quedar en la cama y conformarme con mi realidad. Por supuesto que está en mis manos cambiarla, pero mis objetivos tienen que ir acorde con mi realidad. Por eso es tan importante ser honesto con uno mismo cuando definimos qué queremos conseguir con tal o cual acción.
Como dijo el filósofo Immanuel Kant: «sé lo que solo tú puedes ser». Desarrolla todo tu potencial, da tu máximo esfuerzo, pero siempre siendo consciente de que el destino final al que quieres llegar solo puede ser determinado por tí.