El Mercadólogo
Tal vez todos hemos escuchado acerca del «efecto mariposa». Es una parte de la teoría del caos, en la que, según el meteorólogo y matemático Edward Norton Lorenz, una pequeña perturbación inicial puede generar un efecto considerablemente grande a corto o medio plazo. Lo ilustraba, en su conferencia de 1972, con la frase «el aleteo de una mariposa en Brasil puede hacer aparecer un tornado en Texas». De ahí el nombre de este efecto.
Aunque la frase resulte evidentemente exagerada, es bastante efectiva para brindar de mayor dramatismo a dicha teoría, aplicable totalmente a nuestras vidas cotidianas. No somos conscientes de, hasta qué punto, nuestras acciones, por mínimas que sean, pueden llegar a afectar a los demás.
Estoy seguro de que la mayoría de mis lectores se sentirán identificados con la siguiente situación: entras corriendo a una tienda, uno o dos minutos antes de que llegue la hora del cierre. Técnicamente, has entrado a tiempo, por lo que debes de ser atendido como el resto de los clientes que han entrado antes. Lo que para ti es una pequeña victoria, ya que no has tenido que posponer la compra de aquello que necesitabas, para los trabajadores de dicha tienda es una derrota, tal vez enorme.
Porque el hecho de haber entrado un par de minutos antes del cierre obligará a esos empleados a salir más tarde de su trabajo. Aunque no nos demos cuenta, en un establecimiento comercial existen muchas más tareas aparte de atender a la clientela: cerrar y cuadrar la caja, acomodar la mercancía, cerrar adecuadamente el establecimiento. Todo eso se hace una vez se han marchado todos los clientes. Si generamos un retraso de unos minutos, esa gente llegará un poco más tarde a su casa, haciendo una pequeña perturbación en sus rutinas. Ya sé que puede sonar exagerado, pero en realidad, no somos conscientes de hasta qué punto esa pequeña perturbación puede repercutir en daños mayores.
Una de las cosas positivas que, en un principio, nos aportó el confinamiento por la pandemia fue descubrir que todos éramos personas. Suena raro, pero el hecho de «entrar» a las casas de nuestros compañeros de trabajo, jefes o clientes, y ver que también tenían pareja, hijos, mascotas; que tenían los mismos problemas que nosotros para conciliar su vida laboral y familiar; que en algunas ocasiones incluso tenían muebles muy parecidos a los nuestros, nos hacían romper esa barrera mental construida, la mayoría de las veces, por el clasismo, igualándonos como lo que somos todos: personas.
Esta lección, aprendida a la fuerza por las circunstancias, no debería desaparecer de nuestra mente. Al final, somos entes sociales, que necesitamos de nuestra comunidad para desarrollarnos. Gran parte de nuestras acciones diarias afectan, de manera positiva o negativa, a nuestra comunidad. Si decido realizar una compra en una tienda pequeña, en lugar de en una gran superficie, lo que para mí es un pequeño gesto, para ese pequeño propietario puede determinar su futuro económico y personal. Si en lugar de entrar corriendo en una tienda un par de minutos antes del cierre, pospongo mi compra al día siguiente, probablemente algunos trabajadores podrán llegar temprano a sus casas. No directamente, pero seguro que lo agradecerían.
Para poder aportar de manera positiva en nuestra comunidad, primero debemos de ser conscientes de las implicaciones que pueden llegar a tener gran parte de nuestras decisiones. Porque, queramos o no, todos estamos interconectados. Ya que estamos inmersos en este sistema, tal vez es preferible reflejarnos en los demás, trabajar la empatía y ayudar a que esos «aleteos de mariposa» cotidianos generan reacciones positivas, no tornados.