De palabras y silencios

FAMILIA POLÍTICA

“Cuando intente impresionar a la gente con palabras,
tenga en cuenta que cuanto más diga,
 tanto más vulnerable será y tanto menor control
de la situación tendrá. Incluso cuando lo que diga
 sea sólo una banalidad, parecerá una idea original
 si la plantea en forma vaga, abierta y enigmática.
Las personas poderosas impresionan e intimidan por su parquedad.
Cuanto más hable, mayor será el riesgo de decir alguna tontería”.
Robert Greene.

La música es, por definición, sucesión de sonidos y silencios. En el ámbito del lenguaje, el mutismo estratégico propicia la interpretación de sonidos articulados; así, las palabras se hacen signos… hay que apreciar la importante elocuencia del silencio; obviamente, no de cualquier mutismo, si callan los necios, es positivo; si callan los poetas, es triste.
    Pablo Neruda, el inmortal aedo escribió en su célebre Poema número 15: “Me gusta cuando callas/porque estás como ausente/y te hablo desde lejos/y mi voz no te toca/parece que los ojos/se te hubieran volado/y parece que un beso/te cerrara la boca”. Se atribuye al mismo bardo la siguiente anécdota (que tanto disgusta a las feministas): Dícese que Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, vio pasar a una bellísima mujer por las calles de Santiago de Chile. Admirador ferviente de la figura femenina, el poeta exclamó ¡Qué bella… ojalá fuera muda!
    En un contexto menos grato, alguien que conoció muy de cerca al General Lázaro Cárdenas, concuerda con la mayoría de sus biógrafos, en que permanecer callado era su característica principal; sus admiradores afirman que los prolongados y frecuentes silencios del ameritado militar, eran a causa de profundas reflexiones; otros, sus detractores, dicen que, efectivamente, Cárdenas era discreto, pero no por prudente, sino porque no se le ocurría algo inteligente que decir.
Si fuera herencia familiar, tendría yo que recordar a Don Narciso Bassols, quien a la pregunta de Julio Scherer: Oiga, Chicho, ¿Cárdenas era muy inteligente? Contestó: No, era un pendejo, pero le fluía la política entre los dedos de manera instintiva, así como a los perros se les erizan los pelos del lomo cuando quieren atacar o tienen miedo… En cambio, de Cuauhtémoc, el mismo personaje opinaba: “Él siempre fue precoz, desde chiquito era pendejo”. Conste, yo transcribo lo que alguna vez leí en el libro “Los Presidentes” del Citado Julio Scherer García.
Curiosamente, la historia identifica al poder, lo mismo con el hermetismo que con la locuacidad; Don Fidel Velázquez, sempiterno dirigente obrero en México, además de evitar hasta la comunicación visual, con el uso de gruesas y oscuras gafas. Su hablar era parco, monosilábico y/o con una dicción prácticamente inentendible; esto le servía para poder desdecirse olímpicamente cuando le convenía. Su discurso en entrevistas de banqueta, estaba cuidadosamente estudiado, decirlo mal era su objetivo; cuando quería ser claridoso, lo lograba sin el menor esfuerzo.
Se dice que el ex Presidente Don Luis Echeverría Álvarez, en esta materia era, como Secretario de Gobernación, discreto hasta la exageración, callado, hermético, impenetrable… Una vez ungido candidato, su personalidad cambió radicalmente: se hizo locuaz, hiper activo ante los micrófonos, poseedor de una verborrea que parecía derramar por necesidad fisiológica. Esta facundia, según dicen los enterados, estuvo a punto de costarle que el Presidente Díaz Ordaz le retirara la investidura partidista, después de un discurso en la Universidad Nicolaíta de Morelia, en donde pidió un minuto de silencio por los muertos de Tlatelolco.
Decía mi amigo (QEPD) Miguel Ángel Granados Chapa: “Yo hablo a la menor provocación”, sin embargo, creo que antes de expresarse en público, el orador, más si es hombre de poder, debe dar respuesta, por lo menos, a las siguientes preguntas:
¿De qué voy a hablar? ¿Ante quién? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cuánto tiempo? ¿Qué riesgos existen? etcétera.
Tomar la palabra desde el poder es, en ciertos casos, un recurso de sobrevivencia; callar, también.
Dejemos las conclusiones al siguiente

Soneto
La lengua es una bestia incontrolable
Que, frases abundantes y vacías
Es propensa a decir todos los días
Y romper un silencio respetable.

Quien quiera superarse, que no hable.
Es más grave decir dos tonterías
Que cien errores cometer. Podrías
Callado, parecer impenetrable.

Hiere más la palabra que la espada.
Siempre la burla y el sarcasmo evita,
Pues hay rencores que el perdón no quita.

Cuida las frases que tu boca grita:
El daño de una voz incontrolada,
No lo cura el Doctor, ni Dios, ni nada.

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