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DE MÚSICO, POETA Y LOCO…

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(NOTA: Con este texto, el doctor Antonio Peralta reinicia sus colaboraciones permanentes en DIARIO PLAZA JUÁREZ. Una vez más le damos una cordial bienvenida, al tiempo que los invitamos a leerlo los días lunes de cada semana)

Para Marcelino la música era solo aquello que gustaba escuchar en las viejas combis cuando ya muy tarde regresaba a su casa, y la verdad de tanto escuchar a la banda del Recodo, a la Sonora Santanera o a Juan Gabriel, muchas canciones se le hacían familiares; a veces sin darse cuenta las empezaba a cantar con desparpajo y según él, hasta con buena afinación. Desde hace ya seis meses Marcelino se quedó sin trabajo, deseó poner su propio changarro, siguiendo el consejo de aquel personaje histórico, y todo salió mal, el préstamo que su compadre Filemón le hizo se lo llevó la fregada, dado que en esa colonia nadie compra herramientas para el cuidado del jardín o la siembra de amapolas, es una de esas colonias donde la gente sobrevive porque Dios es grande.
Marcelino buscó en las dependencias oficiales, en las instituciones bancarias y en todas: un no rotundo era la respuesta. A sus 51 años de edad ya es difícil que alguna empresa quiera abrir un expediente laboral para Machi. Después de varios meses, y cuando las preocupaciones por no llevar sustento a su familia se hicieron vigentes, Marcelino decidió que tendría que aceptar el trabajo que le ofrecieran.
Muy cerca de su casa desde hace ya varias semanas escuchaba ya entrada la noche el ruido desafinado de la música, a fuerza de concentración lograba identificar algunas tonadas y así sin pensarlo dos veces decidió averiguar de qué se trataba. Un vecino sin trabajo como él, estaba integrando un grupo musical, y era justo la falta del vocalista lo que le había hecho posponer el debut de su agrupación. Marcelino sabía de su pobre voz, pero más resentía la pobreza de su casa, de tal manera que de inmediato aceptó suplicando que fuera pronto el famoso “debut”, y que le aseguraran que iba a percibir un salario.
Solo después de algunos ensayos supo que la agrupación se llamaba: “EL PUNTO G”, Y aunque le intentaron explicar la razón del nombre, Marcelino no entendió, lo que quería era que pronto tocaran para poder cobrar. La música que tenía que cantar le desagradaba, no la comprendía, y aunque le explicaron que eran “covers” de Juanes, de Molotov y de Maná, él solo soñaba con trabajar ya y ganar para su familia.
Y como no hay fecha que no se cumpla, ni sexenio que no acabe, llegó el día del debut; tendría que ir vestido de negro y se le recomendó que durante la tocada, que por cierto era una boda, también tendría que hacerla de animador. Antes de que los novios hicieran sus entrada triunfal al patio enorme de una vecindad, la lluvia azotó la comarca, de tal manera que no les dio tiempo en poner a salvo sus aparatos, escasos y viejos, dejando solo a cinco músicos empapados y con pocas ganas de cantar.
Sin embargo, sometiéndose a la frase del mundo de la farándula de que, “el show debe continuar”, Marcelino y el PUNTO G saltaron a la pista una vez que la lluvia cesó. Los cables mojados impidieron un sonido claro, y además el no compartir en forma alegre las tonadas de moda, hicieron que Marcelino desentonara más de la cuenta, se sentía fuera de lugar; si por lo menos se tratara de cantar las rolas de Rigo Tovar o del Acapulco Tropical, -esa sí era música- otro gallo cantaría.
Durante la velada nupcial donde los momentos de siempre suelen repasar costumbres que pocos conocen y entienden, Marcelino con voz varonil azuzó a los comensales a aplaudir por la dicha y felicidad de los recién casados, bailó desde lejos el vals para que toda la familia recorriera de brazos en brazos a los dos mancebos, y no dejó la ceremonia del ramo, de la víbora de la mar, y por supuesto la tonada original de: “queremos pastel”. Machi parecía un veterano conductor de fiestas y ceremonias caseras, sin embargo seguía pensando que esta chamba poco tiempo la aguantaría, dado que a la hora de la cantada, no solo se le hacían bolas las palabras, sino que esa idea del director del grupo de cantar también en inglés, casi le paralizaba la garganta.
Marcelino siempre había trabajo en la albañilería, sabía colocar ladrillos y poner arena, sabía colar y hasta enyesar con esmero, y aunque la cantada le fluía suavemente, sabía que no era para él. Después de empezar el momento del baile, y cuando ya percibía que muchos de los parroquianos empezaban a mostrar los efectos del tequila, se dio valor y se soltó cantando la música de los chavos. 
En un momento dado Marcelino sintió alegría, como si fuera un invitado más, y con esmero inaudito y con toda la voz que tenía cambió el ritmo de la música y promovió con gritos de líder: “la mesa que más aplauda le traigo la niña”.
Han pasados los meses, Machi sigue en el “PUNTO G”, y ahora por la influencia de un talento recién descubierto dejaron de cantar covers, y se dedican a los ritmos tropicales, salsa, y cuando se pone sabroso, Marcelino les declama poemas de Federico García Lorca.
En la comarca es muy solicitado el “PUNTO G” y más en las fiestas de quince años, porque Machi suele realizar ceremonias muy originales, dado que no solo presenta a la festejada en sociedad, sino que suele componer versos nuevos para cada nueva belleza presentada en sociedad.
Machi es un artista, es un poeta, es un músico, es un loco.

CITA:
Solo después de algunos ensayos supo que la agrupación se llamaba: “EL PUNTO G”, Y aunque le intentaron explicar la razón del nombre, Marcelino no entendió, lo que quería era que pronto tocaran para poder cobrar. La música que tenía que cantar le desagradaba, no la comprendía, y aunque le explicaron que eran “covers” de Juanes, de Molotov y de Maná, él solo soñaba con trabajar ya y ganar para su familia.