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De meritocracia y realidades

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De meritocracia y realidades

El mercadólogo

Desde que era pequeño, he escuchado que, si te esfuerzas, trabajas, estudias y te preparas más que los demás, seguramente obtengas mejores resultados, y llegues a ser una persona exitosa. Luego, cuando llegue a preparatoria y era la época de exámenes, siempre había un compañero que no estudiaba, que apenas abría los libros, pero que sacaba muy buenas calificaciones, mientras que el resto se esforzaba mucho para obtener unos resultados peores. Bueno, no me quejaré demasiado de esto, porque en mi caso, ese estudiante era yo.

Pero, volviendo al tema, este discurso que me decían mis papás para motivarme, seguramente ustedes ya habían sabido de él antes. Es más, es probable que alguno de ustedes, amables lectores, lo haya utilizado para intentar inspirar a las nuevas generaciones. En realidad, la mitad de su esencia no es mala, sino todo lo contrario: esta forma de pensar nos invita a realizar nuestro mejor esfuerzo, a no parar de intentar cosas, a trabajar cada día dando lo mejor de cada uno.

El problema que he ido descubriendo con el paso de los años es que la segunda mitad de la ideología de la meritocracia no suele ser completamente exacta. No es una fórmula matemática, por lo que, si sumas A y B, no forzosamente obtendrás C. Porque, una vez que terminamos nuestra etapa de estudiantes y salimos al mundo laboral, nos damos cuenta de que ese estudiante que, con el mínimo esfuerzo, obtiene los mejores resultados, sigue existiendo.

Esto no significa, y no me gustaría que el mensaje de mi colaboración se quedara en que no merece la pena esforzarse. Al contrario, soy de la mentalidad de que la mejor manera de conseguir algo es poniendo todo nuestro empeño. Pero no soy inocente: existen muchas circunstancias y muchos factores que están fuera de nuestro ámbito de influencia. Simplemente, no podemos controlarlos, y, por tanto, no está en nuestras manos su modificación.

Si lo pensamos detenidamente, en la historia de la humanidad, han existido pocas palancas para que un individuo sea capaz de subir en la escala social marcada por las diferentes civilizaciones. En la mayoría de las culturas que han existido, cada persona nacía siendo parte de un grupo social, y su ascenso al nivel superior solía ser casi imposible. Si, es verdad que, por ejemplo, en la Antigua Roma, los esclavos podían ser liberados, pero las circunstancias para que esto sucediera pasaban más por la benevolencia de sus dueños que por los méritos que realizaran.

Sin embargo, aunque la meritocracia no nos asegure obtener exactamente el resultado que deseamos, no significa que tenemos que dejar de esforzarnos y dejar que el azar, la suerte o las circunstancias nos manejen a su antojo. Como bien decía Pablo Picasso: «Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando». Es mucho más probable que veamos resultados a través de nuestro trabajo y esfuerzo, que si, por el contrario, no ponemos todo nuestro empeño en conseguir nuestros objetivos.

Pero tenemos que ser conscientes, primero, que a veces existen circunstancias en las que nuestro objetivo no solo va a depender de cuánto trabajemos, de qué tan temprano nos levantemos, de si nos vestimos igual todos los días y no perdemos tiempo eligiendo nuestra ropa. Creo que aquí radica el problema de esos discursos de ciertos gurús, que nos dicen cómo hay que hacer para conseguir nuestros objetivos. Es que, muchas veces, conseguirlos va a depender de algunos factores externos, en los que no tenemos injerencia. El riesgo de este discurso es que nos responsabiliza, e incluso nos culpa, de no conseguir una vida llena de «éxito», cuando simplemente no depende de nosotros. Porque hay mucha gente que madruga, trabaja, se esfuerza, y aún así, no es suficiente.

Por otro lado, está la definición de «éxito», que para cada persona es distinta: mientras para Elon Musk será ser capaz de pagarse un viaje espacial, para mí puede ser simplemente tener la capacidad económica suficiente como para no tener sobresaltos. A otros ojos, él será una persona de éxito y yo no, pero en realidad, tal vez ambos hemos logrado nuestros objetivos.