De mercaderes y templos

De mercaderes y templos

El Mercadólogo

Lo primero, querido lector, es que espero que haya podido disfrutar de algunos días de descanso en esta Semana Santa. Ya sabemos que el trabajo dignifica, pero el descanso ayuda a mejorar la productividad. Si atendiera a la muestra de mis contactos en redes sociales, podría afirmar que una gran mayoría de la gente aprovechó estos días para ir a la playa. Pero ya hemos dicho en otras ocasiones que este tipo de muestras no son representativas de la población. Aún así, he visto a algunos de mis contactos haciendo el llamado «turismo de interior», y en muchos casos, algo que podemos denominar «turismo religioso».

Hay sitios que, por su importancia para diferentes religiones, generan visitas durante todo el año, aunque en algunas fechas puntuales, incrementan. Es el caso, por ejemplo, del Vaticano durante la Semana Santa, o de La Meca durante el Dhu ul-Híyyah. En nuestro país, el mejor ejemplo es la basílica de la Virgen de Guadalupe, que recibió a 3.1 millones de visitantes durante las celebraciones del 12 de diciembre.

Otros lugares adquieren su pico de visitantes de este turismo religioso debido a los actos realizados en un momento puntual, por ejemplo, la representación de la pasión de Cristo en la delegación de Iztapalapa, en CDMX, que reunió este año a 2.1 millones de personas. Aunque no es la única representación realizada en el mundo, ya que, por poner otro ejemplo, en el municipio de Chinchón, en Madrid, España, se realiza la denominada «pasión viviente», seguida este año por unos 15,000 visitantes, entre ellos los Reyes de España.

Es importante tener en cuenta que este tipo de turismo no se inventó en 2023. Ya desde la Edad Media, cuando aún esta industria no destacaba, se realizaban visitas a centros religiosos de importancia. La diferencia es que la motivación no era el ocio, sino la fe. En ese entonces lo llamaban peregrinaciones, y aún a la fecha se siguen realizando. Estas visitas generaban, y siguen generando, una importante derrama económica en las ciudades receptoras de visitantes. Familias que subsisten gracias a la venta de imágenes, escapularios, rosarios y muchos productos religiosos más.

Es inevitable, cuando llegamos a este punto, recordar el pasaje de la Biblia en el que Jesús expulsa a los mercaderes del Templo de Jerusalén. Si nos remitimos a las escrituras, de manera literal, en al menos tres de los cuatro evangelios, Jesús dice mientras los expulsa algo parecido a: «Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros la estáis convirtiendo en una cueva de ladrones».

Todas las muestras de fe arrastran masas, y no hablo solo de la iglesia católica, aunque sea la que tengamos más presente por nuestra cultura. Este poder de convocatoria, históricamente, ha atraído gente, ya sea visitantes, curiosos o creyentes, con lo que se genera una demanda de necesidades: desde la alimentación, hospedaje y transporte hasta souvenirs. Tomando en cuenta la situación que estamos viviendo actualmente, saliendo de una crisis sanitaria y en mitad de una crisis económica, esta movilización económica puede ser una muy buena noticia para miles de familias que dependen del turismo para generar ingresos.

Tal vez, para los creyentes, la clave entre subsistir de manera honrada a través del turismo religioso y no contravenir las enseñanzas de Jesús radique en el sentido completo de la frase: el castigo viene por convertir el templo en una cueva de ladrones. Si, de manera honesta, se busca la manera de generar un ingreso económico, a través de una transacción lícita, respetando las creencias y separando muy bien los espacios destinados para orar y los permitidos para el comercio, al menos yo, creo que se mantiene un equilibrio entre las cosas terrenales y las cosas de la fe.

No por nada, el propio Jesús, en otra ocasión, nos dejó la frase «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», dejando claro que hay que separar las cosas terrenales de las espirituales.

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