El Mercadólogo
El día de ayer, domingo 27 de marzo, se celebró la gala de la entrega de los premios Oscar, considerado como el máximo galardón en el mundo del cine. Escribo esto sin conocer la lista de los ganadores, pero plenamente seguro de que habrá polémica por los premiados. No será la primera, ni la última vez. Es el problema de entregar un premio subjetivo: que las opiniones son como los ombligos, cada persona tiene uno.
Por supuesto, no va a ser la primera vez que exista diferencia de opiniones entre los expertos, la prensa especializada y el público en general. Ya en 1941, cuando «Ciudadano Kane» no recibió ninguna estatuilla, hubo grandes quejas. No es para menos, ya que, en la actualidad, se le considera una de las películas más influyentes del cine de los Estados Unidos. O que durante tantos años se le negara el premio a Leonardo Di Caprio, a pesar de ser evidente su evolución y sus méritos para obtenerlo.
Es normal que sucedan estas polémicas: en el arte, como en muchos otros cambios, no existe una medición que nos indique qué es mejor o qué es peor. Porque es inevitable que los llamados «expertos» se vean influenciados por las opiniones de los demás, o que antepongan sus propios prejuicios en el momento de votar. Aunque se intenta minimizar este efecto, al incrementar el número de votantes, no tiene por qué asegurar que la decisión contentará a la mayoría.
Esto sin contar que los premios Oscar tienen una amplia visión centrada en el mercado y la cultura estadounidense. Tal es así, que existe la categoría de «mejor película extranjera». Es muy difícil que una película consiga salir de esta categoría y optar al premio de mejor película, así, sin apellidos, aunque por supuesto algunas lo han logrado: «La vida es bella», «Roma» o, el rarísimo caso de «Parásitos», que consiguió ganar en ambas categorías. De hecho, la globalización está haciendo cada vez más difícil definir qué país representa una película, ya que puede estar financiada por productores de varios países.
El contrapunto de los premios Oscar son los premios Golden Raspberry, popularmente conocidos como Razzies o anti-Oscars, que se otorgan a las peores películas, actores, actrices, guionistas y directores. Pero nuevamente vemos lo subjetivo de estos premios, ya que se ha dado el caso de nominados que lo han sido en el mismo año tanto para un Razzie como para un Oscar.
Afortunadamente, en el mundo de los negocios, se creó un concepto que evita estas subjetividades: el KPI. Son las siglas de «Key Performance Indicator», y son las métricas que se establecen previamente para determinar si una acción ha conseguido su objetivo o no. Así, cuando se realiza cualquier planteamiento, es necesario definir este KPI, siempre establecido de una manera cuantificable, específica, medible y en un tiempo determinado.
De la correcta definición de los KPI’s vendrá determinado el éxito o el fracaso de cada uno de los planteamientos de una campaña, de una promoción o de cualquier acción que se realice. Si, por ejemplo, necesito conseguir una cantidad de ventas en un periodo determinado, no puedo establecer como KPI el número de seguidores que tenga mi marca en una red social determinada, ya que no está ligado al objetivo que quiero conseguir.
Así, probablemente el KPI de algunas de las películas que han participado en la gala de los Oscar no sea la obtención de premios, sino que tal vez vaya más ligado a la recaudación obtenida en taquilla. Pero, sin duda, poner en el cartel el número de premios obtenidos pueda ayudar a generar ese tráfico de gente a los cines, con su consecuente incremento en recaudación.