
Amalia González Manjavacas
La expedición Magallanes financiada por la corona española, consiguió regresar in extremis después de recorrer tres océanos, hallar el paso marítimo entre el Atlántico y Pacífico, por el estrecho que lleva su nombre, y que él llamó de Todos los Santos, abriendo una ruta nueva a Asia por el oeste, y evitando el este de dominio de Portugal. Ahora se cumplen 500 años del final de esta increíble gesta.
Solo una nave, de cinco, la nao Victoria, regresó tres años después de su partida, el 6 de septiembre de 1522, al puerto gaditano de Sanlúcar y dos días más tarde al de Sevilla. Pero su comandante, el navegante portugués, Fernando de Magallenes, ideólogo y promotor de aquella expedición no iba a bordo, había muerto en una playa de Mactán, Filipinas, sin haber pisado siquiera las Molucas, conocidas como las islas de las especies, objetivo y destino del viaje.

La expedición retornó a los puertos españoles capitaneada por el marino español, Juan Sebastián Elcano, convertida en “la primera en recorrer y descubrir toda la redondez del mundo”, según palabras del marino español quien además de una renta anual, recibió un escudo con un globo terráqueo y la inscripción: “Primus circumdedisti me”, el primero que me diste la vuelta.
Fue Elcano quien, muerto Magallanes, tomó la decisión de regresar por el Océano Índico, una ruta, la de seguir por el oeste, arriesgada e inexpugnable, que no estaba prevista, en vez Atlántico/Pacífico. Una travesía que resultó extremadamente complicada, casi suicida, dado los precarios medios técnicos, náuticos y cartográficos.
La insólita hazaña que todavía 500 años después deja al mundo boquiabierto fue posible gracias a hombres con un arrojo excepcional, con un conocimiento del mar extraordinario y con una capacidad de sacrificio que les permitió resistir condiciones extremas durante tres largos años.