DE HÉROES Y VILLANOS

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“El bien y el mal son dos
extremos de una misma realidad”
Principio axiológico.

En torno de una mesa de café, Don Darío Pérez González interrogó al historiador Juan Manuel Menes Llaguno, en pleno mes de la patria: ¿La imagen del Cura Hidalgo ante la historia, es buena o es mala? El interpelado, hábil polemista y conocedor de la materia, hizo una descripción de un Hidalgo bastante alejado del estereotipo que desde niños recibimos en la escuela; más o menos, dijo lo siguiente: “No era un anciano, sino un hombre en plenitud; culto y actualizado en las corrientes liberales de moda en Europa; adorador del teatro francés, gustaba de llevar a escena obras como “Tartufo”, de Moliere, radiografía de un religioso que la literatura universal, consagró como arquetipo del hipócrita entre los hipócritas. Era de estatura media, hombros caídos, un tanto encorvado, pelo entrecano, de penetrantes y severos ojos azules, capaces de someter al más rebelde con solo mirarlo”. En conclusión: un sujeto admirable, desde su punto de vista.

Ante la respuesta del cronista, los asistentes a ese aquelarre comenzamos a cuestionar el derramamiento de sangre, los incendios, violaciones, saqueos y todo tipo de abusos y crueldades de una turba enfurecida, después de tres siglos de sometimiento en un sistema de castas. La Alhóndiga de Granaditas fue joya de la corona.

Tratemos de ubicarnos en esta primera gran transformación de nuestra patria, hoy que estamos por iniciar la cuarta. Es bueno recordar que los vencedores escriben la historia, y que la visión de los vencidos es tarea de historiadores, como Miguel de León Portilla.

Lejos de la imagen del anciano bíblico y patriarcal que pintan los libros de texto y los poetas románticos, “El Zorro”, como le llamaban, era hombre de su tiempo: racional, lógico, calculador, con espíritu pragmático… percibía la urgencia del cambio en su realidad socio económica, aunque no tenía claro hacia dónde; menos un plan ni un programa. Sin destino, el camino es incierto.

Cuando La Corregidora, Doña Josefa Ortíz de Domínguez, envió a Allende el mensaje “nos han descubierto”, dicen los creadores de mitos urbanos que, en realidad, esa distinguida y prolífica dama, se refería a sus relaciones adúlteras y no al movimiento independentista. “Haiga sido como haiga sido”, el sacerdote en jefe tuvo que adelantar un movimiento que estaba programado para otra fecha. La capacidad de improvisación llevó a los insurgentes hasta la Parroquia de Dolores. Hidalgo se sabía líder moral, con la fuerza de la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Fue la razón y no la fe, leit motiv de esa decisión, así como la adopción en Atotonilco, de la Virgen de Guadalupe, bandera y patrona de la lucha libertaria.

Según Menes, Hidalgo jamás tocó la campana (¿Hecha en Tlahuelompa?), ya que su arenga fue en una casa, no en una iglesia: “quienes crean en mí y en la libertad, que me sigan” dijo, sin que en realidad hubiera un “grito” como ahora se conmemora. Así, sin presiones, de Dolores Hidalgo partió un “ejército” menor a cien desarrapados, que se triplicó en Atotonilco y se multiplicó al llegar a Guanajuato. El desorden, la indisciplina, la violencia, la sed de sangre, el fuego… dejaron claro que, alguien sin formación militar puede prender la lumbre, pero difícilmente contenerla y menos aún, apagarla. Estos sucesos ahondaron las diferencias entre Don Miguel y sus subordinados militares.

En Morelia y en Toluca, el avance a la ciudad de México de las anárquicas tropas insurgentes, no tuvo problemas. Después de la batalla de El Monte de las Cruces, Hidalgo y sus huestes tuvieron a su disposición, prácticamente indefensa, la gran ciudad. Inexplicablemente, el sacerdote no se atrevió a tomarla. Gran parte de los estudiosos afirma que el motivo fue evitar un escenario más dantesco que el vivido en Guanajuato. Así, ante la angustia y el coraje de los militares Allende y Aldama, decidió regresar a los orígenes geográficos del movimiento, sólo para sufrir derrota tras derrota, hasta caer prisionero en Acatita de Baján, Coahuila, antes de llegar a la prisión de Chihuahua, en donde sufrió las peores profanaciones a su dignidad de hombre y de sacerdote. Célebre es la carta llena de maldiciones que el obispo Abad y Queipo escribió para el revolucionario en desgracia. Sin embargo, ante la amabilidad de su carcelero, Don Miguel escribió en las paredes de su celda, sus versos póstumos:

Ortega, tu crianza fina
tu índole y estilo amable
siempre te harán apreciable
aun con gente peregrina.
Tiene protección divina
la piedad que has ejercido
con un pobre desvalido
que mañana va a morir
y no puede retribuir
ningún favor recibido.

Melchor, tu buen corazón
ha adunado con pericia
lo que pide la justicia
y exige la compasión.
Das consuelo al desvalido,
en cuanto te es permitido
partes el postre con él
y agradecido, Miguel
te da las gracias rendido.



En conclusión, los héroes, los villanos y los simples mortales, no somos totalmente buenos o malos, solamente hombres (o mujeres).