De fama y monetización

<strong>De fama y monetización</strong>

El Mercadólogo

No son pocos los famosos que, después de haber estado en la cúspide de su carrera, con unos ingresos millonarios y una vida llena de lujos, con el paso del tiempo se encuentran arruinados económicamente. Tampoco son pocos los cantantes o actores que, después de un tiempo de estar retirados de los escenarios, se ven obligados a hacer un «reencuentro» o volver a interpretar a alguno de sus míticos personajes, con tal de tener un ingreso y poder pagar facturas.

Aproximadamente, solo el 10% de los actores y actrices son capaces de mantenerse en activo constantemente. El resto tienen que alternar su trabajo artístico con algún otro complemento que les permita mantenerse económicamente. Sin embargo, cuando llegan las entregas de premios, vemos cómo la gran mayoría desfilan en las alfombras rojas luciendo ropa carísima y complementos lujosos. Ignoramos que todo lo que llevan es prestado, que una o varias marcas les han cedido todo para lograr una visibilidad efectiva.

Hace poco tiempo comenzaron a surgir un nuevo grupo de famosos: los «influencers». Algunos de ellos, aprovechando la posible influencia que podían conseguir entre sus seguidores, hacían tratos con restaurantes o algunas otras marcas muy similares a los realizados para las entregas de premios por parte de los actores y actrices: por un lado, el influencer podía comer gratis o llevarse productos sin pagar, para después realizar un contenido recomendando a la marca, y así conseguir un incremento de ventas.

Pero pronto se saturó este nuevo mercado. Lo que antes era una idea novedosa se ha convertido en algo cotidiano, y el nuevo negocio que podía suponer para muchos, no ha sido capaz de absorber la gran oferta de nuevos famosos recién surgidos. Además, la oferta de influencers se polarizó: por un lado tenemos a los extremadamente conocidos, que se pueden permitir cobrar cantidades desorbitadas por realizar una mención, y por otro lado están los que tienen apenas una pequeña base de seguidores, cuyas tarifas no pueden ser demasiado altas.

Cuando pensamos en la fama, nos viene a la cabeza una imagen muy parecida a la de los vídeos de los raperos, que tan populares se hicieron en los noventa: un coche de lujo, ropa cara, accesorios estrafalarios, todo brillante, mansiones, yates, viajes en primera clase. Pero no podemos olvidar que todo esto sigue teniendo un valor monetario, que alguien tiene que sufragar. Y cuando pensamos en famosos, solemos relacionarlos con personajes del mundo del espectáculo, cuyos ingresos suelen ser bastante irregulares, o con deportistas, cuya vida laboral es bastante corta.

La mejor forma que tienen estos personajes de mantener ese nivel de vida, o al menos, de asegurarse un futuro un tanto desahogado, es invirtiendo sus ingresos en otro tipo de negocios, la mayoría de las veces en algo que no está relacionado en absoluto con su actividad principal. Así, vemos cómo rostros conocidos se convierten en dueños de restaurantes, hoteles, inmobiliarias o incluso empresas de injerto de cabello.

Parece fácil: solo hay que invertir en un negocio y dejar que produzca dinero. Pero cuando no tienes una formación específica, ni conoces bien el sector en el que realizas las inversiones, ni estás rodeado de los profesionales adecuados para aconsejarte correctamente, o incluso las personas que te rodean solo te dicen lo que quieres escuchar, lo más probable es que ese negocio termine generando pérdidas, y, por ende, cerrando.

Así, no queda más remedio que volver a enfundarse el traje de veinte años atrás, reunirse con antiguos compañeros y subirse a un escenario nuevamente, a realizar giras maratónicas, con tal de volver a generar un ingreso, apelando a la nostalgia.

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