De exterminios: Trump, Hiroshima y el Popol Vuh

   •    De allí sobrevendría una tenebrosa carrera armamentista, y más tarde también una excitante competencia por la conquista del espacio


La bomba. Hoy miércoles amanecemos en Hiroshima tras un insomnio cargado de emociones intensas por la visita, ayer, al sitio donde hace 72 años cayó una de las dos bombas atómicas lanzadas sobre la población civil por el presidente estadounidense Harry S. Truman, con un saldo de 145 mil muertos sólo en esta ciudad. En efecto, no dejaron de rondar anoche por la habitación del hotel niños calcinados junto a un triciclo renegrido; sobrevivientes ulcerados, andrajosos, fantasmales en medio del muladar donde minutos antes se levantó una ciudad viva. Difícil, desprenderse de estas imágenes del Peace Memorial Museum que se levanta donde cayó a las 8:15 de la mañana del 6 de agosto de 1945 aquel artefacto de exterminio.
Aparentemente Truman lo hizo menos para obtener la rendición de un Japón ya destruido y materialmente vencido, que para mostrarle al mundo el flamante poderío del terror que estrenaba Estados Unidos y proclamar así el dominio planetario con que se alzó al concluir la segunda guerra mundial. Entre los escombros en que había quedado buena parte de la Europa continental y la declinación del poder colonial del Reino Unido, las bombas de uranio en el Extremo Oriente afirmaron las condiciones para la consolidación del predominio mundial estadounidense, en creciente rivalidad con la también victoriosa Unión Soviética.
De allí sobrevendría una tenebrosa carrera armamentista, y más tarde también una excitante competencia por la conquista del espacio. Todo, envuelto en una prolongada ‘guerra fría’ que no sólo destruyó las libertades tras la llamada entonces ‘cortina de hierro’, sino que también las lesionó en Estados Unidos y Occidente, con sus poblaciones paralizadas por el miedo lo mismo a la expansión ‘comunista’ que a la persecución macartista que prolongó, más allá del nefasto senador McCarthy, un delirante clima inquisitorial en el ‘mundo libre’ contra todo sospechoso de servir al ‘comunismo’.
Cortina de prejuicios. Ya no vivieron aquella pesadilla los nacidos a partir de los años 80 del siglo pasado, en que cayó el Muro de Berlín (1989) y terminó desvaneciéndose la ‘guerra fría’. Pero menos de tres décadas después el planeta se estremece nuevamente con los arrebatos de un líder estadounidense y el auge de un nacional populismo que someten a graves tensiones los entendimientos globales de la pos guerra fría, lo mismo en materia comercial, que ambiental que migratoria.
Con su retórica de ‘America first’ y el ofensivo discurso del muro en la frontera mexicana, Trump ha logrado por lo pronto tender si no una nueva cortina de hierro, sí una de prejuicios y mentiras con las que pretendería justificar lo mismo sus cuestionados entendimientos con Rusia que sus des entendimientos con sus aliados de Europa, Japón y México. Y acaso lo más desquiciante: el irresponsable pulso o juego de vencidas machistas que sostiene con el también impresentable líder norcoreano, ha revivido el riesgo de alguna acción con armas nucleares no muy lejos de donde cayeron 7 décadas atrás las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
Mayas en Japón. Menos mal que en unas horas lanzaremos en Tokio con el embajador mexicano Carlos Almada y un grupo de académicos y escritores de nuestros dos países, una edición bilingüe en español y japonés del Popol Vuh, considerada la obra maestra de la literatura indígena mesoamericana, con ilustraciones de Diego Rivera y el sello del Fondo de Cultura Económica. Allí podremos poner de relieve la unidad de la naturaleza y el ser humano, característica del pensamiento maya, contra la inclemente destrucción del ambiente que Trump pretende ahora dejar correr contra los sucesivos acuerdos de Kioto y de París suscritos para combatir el calentamiento global. También podríamos apelar a las leyes cíclicas de los mayas y a su convicción de que el fin de los ciclos sólo puede llegar con el exterminio total, siempre en el entendido de que esa probabilidad quedará de lado si mantenemos viva la memoria del terror de Hiroshima y Nagasaki.

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