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De dirección y velocidad

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De dirección y velocidad

El Mercadólogo

Cuando era estudiante, tuve una época en la que intentaba ir a todos los congresos, pláticas, conferencias, coloquios y demás eventos relacionados con publicidad y mercadotecnia. Por supuesto, no todos me dejaron huella, pero tengo que reconocer que escuchar la experiencia de profesionales era muy enriquecedor. Pero a veces se me quedaban frases en la cabeza, sin saber muy bien porqué.

Una de ellas parecía que no tendría mayor relevancia. Imagínense qué tan irrelevante me resultaba, que ni siquiera recuerdo el nombre del ponente. Solo recuerdo que era un torero. De repente, dijo una frase que se me quedó grabada hasta hoy: «primero hay que tomar la dirección y luego la velocidad». En ese momento no fui consciente de lo que implicaba, pero apunté la frase, por si acaso, aunque me pareció algo muy básico.

Con el tiempo fui entendiendo su significado, y, sobre todo, aplicándolo en muchas situaciones cotidianas. Es que a veces, con las prisas, las miles de actividades diarias, importantes o no, que tenemos en nuestras rutinas, perdemos el foco sobre el rumbo que queremos tomar en nuestra vida. Simplemente tomamos velocidad, intentando llegar a todo lo que tenemos la obligación de hacer, metiendo a veces en ese mismo saco cosas que no deberían ser obligatorias, sino de disfrute personal, como pasar tiempo con nuestra familia y amigos.

Al tomar la velocidad sin haber decidido antes la dirección, nos convertimos en lo que llamaba mi abuelita «pollos sin cabeza». Corremos, llevamos prisa, nos agotamos física y mentalmente, pero no conseguimos llegar a ningún lado. Solo tenemos la sensación constante de que, si paramos, estamos perdiendo un tiempo muy necesario, tanto, que no podremos recuperarlo.

Pero «mal de muchos, consuelo de tontos». Esto parece un mal endémico, que no solo nos ocurre en nuestra vida personal. Cuántas veces nos hemos encontrado en nuestro trabajo que, una vez comenzada una tarea, nos damos cuenta de que no es todo lo importante que parecía en un principio, que hay otra metodología mejor para hacerla, que existen otros recursos, que se están duplicando tareas, que los resultados no van a aportar nada a la visión global, que hemos perdido tiempo en detalles que no resultan significativos y mil cosas más.

Aunque parezca que todo es urgente y que no hay tiempo para nada, muchas veces dedicar cinco minutos a reflexionar pueden hacer que ahorremos tiempo, esfuerzos y dinero. Una vez tenemos definido qué es lo que queremos conseguir, hacia dónde queremos dirigirnos, cuál es el objetivo de tal o cual acción, los siguientes pasos serán mucho más claros, firmes, e incluso fáciles de seguir.

Por ello es tan importante que las empresas definan de manera clara su misión y su visión: no es solo rellenar el requisito, es marcar las directrices que tienen que imperar en cada una de las acciones que realicen todos sus empleados. Es determinar qué es lo que se quiere conseguir; poner los cimientos para llegar a los objetivos definidos previamente; es marcar la guía sobre cómo resolver los diferentes conflictos que surjan.

Y cada vez que detectamos que vamos corriendo, sin un objetivo claro, es importante, como los GPS, parar un momento y «recalcular» la ruta a seguir. El camino tiene que ser flexible, siempre y cuando nos lleve al objetivo marcado.

Aunque me repita, quiero cerrar mi colaboración con la misma frase que me marcó en su momento: «primero hay que tomar la dirección y luego la velocidad».