DE CUERPO ENTERO

Los hombres mueren de pie

Una tarde de octubre de 1974, en intrincadas excavaciones por antropólogos en selvas de Etiopía, se encontraron restos humanoides tan completos que pudieron estructurarse como los predecesores del homo sapiens; a estos, que correspondían a una hembra y que databan de cuatro millones de años de antigüedad se les llamó los restos de Lucy, en honor a la canción de moda de esa época de los Beatles llamada: Lucy in the sky with diamonds.

El hombre con esos antecedentes empezó una historia que pronto se diferenciaría con la mujer adjudicándose cualidades que imaginó eran supremas y de siempre: fortaleza, inteligencia y liderazgo. Seguramente más por las necesidades biológicas de la reproducción y la alimentación, la mujer permaneció en casa para cuidar de los hijos, y el hombre “todopoderoso” decidió que él era el que tenía que conquistar el mundo.

El hombre fue construyéndose con rutilantes características que al paso del tiempo le costaría ni más ni menos que la vida misma. Ser valiente, sin miedo y con una careta total para no poder expresar los sentimientos. “El hombre debe ser fuerte, audaz y valiente; el hombre nunca llora, y jamás de los jamases debe parecerse a una mujer (“vieja el último”).

Hoy día cuando la muerte a causa del Covid-19 ronda por cada esquina como león rugiente buscando a quién devorar, es el hombre su primer cliente, y si tiene diabetes, es hipertenso y con obesidad, se lo lleva rápido y sin reparos. En efecto, hoy día por cada dos fallecimientos de hombres sucede uno de mujer, y cuando vemos en el amplio panorama de mortalidad de México, son siempre los hombres los que mueren primero, tanto por la violencia (hombres que matan a otros hombres) como por suicidios, por ejemplo.

Nos enseñaron que los hombres no debemos expresar lo que sentimos, porque creemos torpemente que eso nos mermaría la hombría, y nunca que se enteren que estamos enfermos.

En el mundo de los políticos esto es muy triste y evidente; cuando un presidente se enferma solo se sabe cuando el padecimiento es grave, y si no deben seguir permeando que el “Preciso” nunca se cansa (nunca toma vacaciones) y siempre está de pie.

El presidente López Obrador, seguramente contra su voluntad, aceptó estar contagiado de la Covid-19 y se retiró a aislamiento, pero siempre con la información abrumadora de que se encuentra bien, contento y optimista; y por si se dudara, a los pocos días difunde un video extenso donde se le ve caminando, sonriente y hasta filósofo. Todo menos que se pueda creer que está realmente enfermo, y que siendo hombre y no payaso se encuentra siempre con las botas puestas.

Esta masculinidad torpe y absurda nos ha salido muy cara, y en esta pandemia de muerte se ha manifestado sin ambages.

El hombre se muere en silencio, sin expresar nunca lo que siente, sin bajar la guardia y sin tomar una pausa en su vida; cree que sería abdicar en la lucha que desde siempre emprende con otros hombres igual de absurdos por demostrar quién es mejor, quién gana más y quién es más conquistador. Ya decía Octavio Paz en su libro El laberinto de la Soledad, el hombre nunca se raja, es decir nunca se asemeja a una mujer porque él tiene los testículos bien puestos.

Cuando los moros después de muchos años regresaban de España al ser derrotados, la madre del rey derrotado al verlo abatido le dijo: “no llores como mujer lo que no supiste defender como hombre”; y cuando Maximiliano de Habsburgo sintiéndose derrotado le escribió a su madre que deseaba abdicar del trono de México, ella le contestó que ningún hombre lo hace, y menos un Habsburgo. No lo hizo y fue fusilado en el Cerro de las Campanas en Querétaro.

Hoy día la pandemia, proveedora de miedos y aislamiento, nos da la última oportunidad de valora con exactitud la vida, de que entendamos nosotros los hombres que ni somos los del mal llamado sexo fuerte, ni que nos hace menos hombres decirles a nuestros hijos y  amigos que los queremos; que no perderemos nuestra identidad de machos si aceptamos que estamos enfermos, o que deseamos descansar hoy, o no hacer nada.

Dejemos de ser soldados en el trabajo donde lo que importa al decir de los jefes son los resultados, y lo último es el ser humano.

Los hombres desean morir de pie, porque creen que el deber ser es que cuando ya no estén, la gente diga: “pero era bien hombre, bien macho”.  

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