DE CUERPO ENTERO

La tristeza y el miedo

Al paso de un año dibujado de aislamiento y de muerte, solo podemos sentir zozobra y temor. Todos sabemos de alguien que este maldito virus se llevó, y como para estar siempre en el borde del abismo, los noticiarios como ráfagas de ametralladoras, nos enlistan con detalles: hospitales desbordados, falta de oxígeno, número de contagiados y muertos, y la triste, pero triste historia, de los que no alcanzan una cama de un hospital; la vacuna, a Dios gracias ya presente, la vemos cómo se aplica a cuentagotas; nos exacerba que los capitanes del barco a estas alturas sigan menospreciando el cubrebocas, y con aires retadores el uno decida tomar vacaciones en la playa, y el otro siga con sus giras de fines de semana, donde disfruta a plenitud de los aplausos y las porras: “es un honor estar con…”

El confinamiento a ultranza y la soledad, son ricos caldos de cultivo para provocar una enfermedad que es silenciosa y que al compararse con el COVID-19, se menosprecia de inmediato: LA DEPRESIÓN.

Nos queda claro que esta agresiva enfermedad vino por los viejos, y más si tienen enfermedades como la diabetes, la hipertensión o la obesidad, y que es en ellos donde permea el miedo y la sensación de muerte a corto plazo; entendemos que el buen resguardo es el único camino, pero poco pensamos en la depresión y la tristeza. También se muere de soledad y desesperanza.

¿Qué es la depresión?
De acuerdo con el Dr. Ramón de la Fuente se trata de un trastorno de los afectos, que se puede presentar en forma única o acompañando a otra alteración patológica. Abarca tres áreas fundamentales: las emociones: aflicción, pesimismo, desesperanza, no deseo sexual.

Área del conocimiento: está presente en la fijación casi perpetua del evento doloroso y la transformación negativa de la autoimagen, (“estoy muy viejo”), con la tendencia exagerada a la autocrítica y la auto-devaluación.

El área somática: Pérdida del apetito, baja de peso que puede ser muy importante, trastornos del sueño, fobias, obsesiones, hipocondrías y demás (inventarse enfermedades).

La depresión es una enfermedad que paraliza a quien la sufre, que aniquila la posibilidad y la oportunidad de que encuentre un remanso de paz.

Lamentablemente se trata de un trastorno que sólo se diagnóstica en el 20 al 30 por ciento de los casos; los mismos médicos le hemos dado poca importancia, haciendo de un estado semejante un caso donde solo se echan porras: “tú puedes, ponte alegre”, como si la depresión fuera solo un rostro triste, o un mal momento que pasará para la siguiente semana. 

La intimidad de esta enfermedad se sustenta en los cambios persistentes de los mediadores (substancias especializadas) que se encuentran en la corteza cerebral, generando el abatimiento persistente de los afectos. Es un preámbulo obligado en todos los casos de suicidio, y que requiere para su corrección apoyo psicoterapéutico y medicación especializada.

Es evidente que lo prioritario es la atención del Covid, y lo demás se deja a su suerte, que la vacunación sea pronta y que cada cual se cuide.

La depresión existe no solo en las personas mayores sino también en los niños, cuando ven pasar los días y se dan cuenta que seguirán sus clases pegados a pantallas y siempre encerrados; es por eso por lo que debemos iniciar una cruzada contra la depresión.

El camino más corto contra este problema de las emociones es la comunicación.

Dedícale unos minutos todos los días a tus “viejos” a la distancia, platica con ellos y haz lo que una persona sabia que conozco hace con su mamá de 86 años cada día: rezan juntas por teléfono diariamente a las doce del día, y por la noche como si fuera una estación de radio de antaño, le reproduce mediante el youtube sus canciones favoritas. 

Utiliza poco tiempo, pero estoy seguro de que la mantiene a buen resguardo contra la depresión.

¡PRONTO PASARÁ!

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