DE CUERPO ENTERO

La Historia de Julio Rueda

Su nombre es ficticio pero su historia no. De las muchas veces que platicamos y que me dejaba ver parte de su vida, supe que siempre supo que sería mesero, su padre solía decirle que este oficio era único, seguro y muy generoso; que el tiempo lo haría –si se decidía a seguir sus pasos- una persona conocida y respetada.

Pasaron muchos años y Julio, con orgullo, se convirtió en mesero del restaurante más conocido de los portales; en efecto, se volvió conocido y estoy seguro con buenos ingresos porque las propinas pienso eran buenas y constantes.

Julio además de pulcro y sabedor de su oficio, solía aconsejar cuando creía prudente acerca de los alimentos o bebidas, explicando con todos los detalles acerca de sus procesos. Los platillos de temporada como los chiles en nogada, después de explicar su historia y describir todos los ingredientes que requería, era imperioso que en el siguiente paso todo mundo quisiera comerlo. No sé bien si a todos les gustaba, pero con una explicación semejante se pagaba sin repelar porque cuando uno aprende de la vida, nada nos parece caro.

Platiqué muchas veces con él, y me sorprendían sus conocimientos acerca de las bebidas; sabía de todo, de cocteles y sus historias, de vinos y la forma exquisita de combinarlos con los alimentos que de primera vista parecía como el mejor enólogo de la región, puesto que le gustaba hablar de los viñedos y las cosechas, de las mejores regiones de México para gestar las uvas. 

Pero un día como adivinando mis dudas me dijo: “mire doctor, yo soy alcohólico en pausa y ésta ya lleva 25 años, los que caminamos por alcohólicos anónimos sabemos que, aunque pasen mucho tiempo, siempre será una pausa, y que en cualquier momento se puede disparar”. Me contó de su afición obsesiva por leer, de no poder comprar todos los libros que quisiera y de cómo en la biblioteca del ayuntamiento le prestaban sin reparo los libros.

Iniciada la pandemia, y dado que Julio tenía más de 60 años, fue retirada a su casa para que además cuidara de su diabetes. No con mucha frecuencia me visitaba en el consultorio, y además de que le compartía los libros que estaba leyendo, platicábamos de ellos. Su cultura era inmensa, porque lo mismo hablábamos de filosofía que de escritores latinoamericanos, e inclusive de autores difíciles como Cortázar o James Joyce; debo confesar que siempre terminaba guiándome en estos de los autores.

Pasaron los meses y metidos todos en el encierro y con el miedo al virus maldito en forma de corona, todo quedó inconcluso: las familias nos aislamos, los amigos nos perdimos y nos sujetamos a las reuniones a distancia que tienen tanta cercanía como los planetas de la tierra. Ahora dicen que se trata de la nueva normalidad, y que nada volverá a ser igual. Me niego a aceptar eso, porque no es la primera ni la última vez que la humanidad es azotada por una pandemia, y siempre al paso del tiempo el agua buscará su nivel y los vientos volverán a su rumbo original. Es cuestión de no morirse y esperar, esperar.

Después de cinco de meses de aislamiento, el día de ayer pude asistir al restaurante de los portales, con sana distancia, y cuando pregunté por Julio Rueda, como con miedo y en voz baja me contaron la siguiente historia:

“Julio murió hace un mes”. Su hermana –y único familiar-nos dijo que nunca se casó ni tuvo pareja, que la única devoción eran sus libros y su trabajo; disfrutaba estar atendiendo gente, porque decía era como estar leyendo libros porque cada persona es diferente y de todos se aprende. Cuando lo mandaron a su casa se deprimió mucho y decidió salir solo a la biblioteca por sus libros y a comprar lo necesario para su vida, pero eso sí añade su hermana, todo lo compraba en el mercado y allí estoy segura fue donde se contagió.

Los vecinos, al ver que no salía en varios días, buscaron a su hermana quien acudió de inmediato y con ayuda de las autoridades entraron a su casa encontrando a Julio Rueda sentado en un sillón, con un ventilador aún prendido como buscando aire. Eran pocos días de su partida –como dijeron los peritos-, y los únicos acompañantes fueron sus libros, siempre sus libros.

Julio se fue, como hasta ahora más de 50 mil personas lo han hecho; por razones que nunca sabremos no pudo establecer una compañía, y decidió incluso encontrar la muerte solo, muy solo. De verdad lo sentí mucho.

La mejor manera de prevenir al COVID-19 y que no se te olvide es:

1.- Uso de cubrebocas, aunque al Preciso en su necedad absurda no lo use;

2.- Tomar por lo menos dos litros de agua al día; la hidratación completa ayuda a dar estabilidad a las células, no creas que tres latas de cerveza suplen el agua;

3.- Comer bien y que incluya alimentos verdes, puesto que esto significa suplementos naturales del complejo B que estabilizan las membranas de las células;

4.- Ejercicio. 20 minutos cada día son suficientes para darle vida a tu corazón y a la circulación, y aire nuevo a tus pulmones;

5.- Rezar. No importa que no crea en Dios, dedica unos minutos cada día a tus pensamientos, a dar gracias a la vida, porque la salud de las emociones es vital en estos momentos que estamos viviendo. Un aire de duelo estamos respirando, y la depresión se mueve por todos lados. Reza a quien tú quieras y todo será mejor.

Julio Rueda murió muy solo, y de verdad, cuanto lo siento.