Lo que el viento se llevó
- Como esencia de una pesadilla que se teje por males muy revueltos, se han ido mostrando hechos propios del mal dormir…
Al paso de las semanas y ya de los meses, nos hemos ido habituando a una tristeza que poco sabemos ocultar. He visto -claro al través de las redes- a mi nieto celebrar la clausura del kínder a la distancia, y ver en sus ojitos la tristeza por no estar con sus amigos; lo vi abrazar la computadora imaginado que lo hacía con sus compañeros que se estaban despidiendo por el final de curso, porque en esta pandemia, todos hemos perdido.
Como esencia de una pesadilla que se teje por males muy revueltos, se han ido mostrando hechos propios del mal dormir: miles de defunciones que inundan el espacio de duelo, miles de enfermos esperando el final o la salida airosos de la guerra; un temblor que pasa lista de presente como diciendo no me olviden que en cualquier momento regreso, la violencia en las calles como si fuera un país del golfo Pérsico.
Como lo más reciente sucedido en plena avenida Reforma de la Ciudad de México donde decenas de agresores con armas que sólo se ven en las series de Netflix, y una víctima que escapa porque circula en un búnker llamado auto con blindaje número siete, que me hizo recordar un mambo muy viejo de Pérez Prado el número 8, y que mal herido antes de entrar al quirófano publica en su Twitter que los agresores corresponden al cártel Jalisco Nueva generación, es decir una serie de ficción que añade el suspenso en cada capítulo. Y para cerrar esta sombra dañina, vientos con polvo del mismísimo Desierto del Sahara que vuelan más de diez mil kilómetros para sumarse al espanto.
Parece que el virus llamado SARS COV-02 ha venido a quitarnos como un ladrón en despoblado muchas cosas:
-Nos arrebató la libertad, y nos sembró el miedo.
-A miles les quitó la vida y regó duelo que llegó para quedarse siempre;
-Nos ha quitado la paz, y para los que tenemos más de 60 años, cuando escuchamos los balazos ya muy cerca (defunciones de vecinos o conocidos), el miedo de que pronto nos puede tocar una bala;
-Nos ha robado la amorosa posibilidad de acercarnos a los que amamos y abrazarlos como soñamos cada mañana;
-Nos ha quitado -si es que existía – la confianza en las autoridades sanitarías cuando cada noche nos dicen que la pandemia se ha domado;
-Nos ha quitado muchos momentos de alegría que ciertamente jamás regresarán.
Dentro de esta incertidumbre ha surgido una figura que no pudo seguir siendo invisible.
El sacerdote católico Roberto Funes de casi 50 años de edad en la ciudad de México, desde hace varias semanas decidió realizar una actividad que deseaba pasara inadvertida: visitar a los enfermos de COVID internados en el Hospital General de México.
Escogió las tardes de los jueves, y para no generar problemas con las autoridades del hospital, adquirió su equipo de protección que cada semana renueva, y ya caída la tarde se hace presente para entrar a lo más que se le permita de terapia intensiva y estar cerca con los enfermos en sala general.
Cuando fue descubierto EN su “osadía”, tuvo que contestar a muchas interrogantes que le hacían.
“Lo hago porque los seres humanos necesitamos una palabra de consuelo, que alguien nos diga que todo muy pronto pasará. Se que muchos posiblemente no crean en Dios ni en la Virgen, y eso no importa porque mi mensaje se centra en que en estos momentos de tribulaciones debemos tener FE; porque cuando nos afianzamos en un futuro halagüeño, todo empieza a suceder delante de nuestros ojos. Los que me lo permiten les dejo una compañía, la imagen de la Virgen de Guadalupe; y los que no, les pido me permitan acompañarlos, porque de eso estoy muy seguro, les reafirmo que cuando sufrimos debemos tener FE y una compañía”.
El padre Beto se escabulle como si tuviera miedo; nadie lo sigue porque ha sembrado cosas buenas.
Podemos estar ante un ladrón que nos quita muchas cosas, que nos asusta y nos impide estar cerca de los que queremos, pero también nos ha servido para revalorar los grandes tesoros que tenemos. Aprendamos del padre Beto, que hace falta afianzar la fe y todo se irá dibujando como por magia.
Recuerda: todo pasará.