DE ADICTO A ADICTO

Uno nunca sabe lo que tiene, hasta que lo ve perdido

Apoyado con un bastón, llegué caminando con serias dificultades a Urgencias del Instituto Mexicano del Seguro Social. Tengo unas piernas débiles, severamente dañadas, cansadas, que ofrecen mucha resistencia para caminar, me duelen. Por otro lado, me sofoco de la nada, tres pasitos y entro en crisis, soy hipertenso, fui a buscar ayuda debido a que tengo varios meses que no puedo dormir, tengo una extraña sensación de quedarme sin oxígeno, no puedo respirar, mi corazón y mis pulmones, están severamente dañados; mi nivel bajo de sangre, no ayuda a que el corazón bombeé de una manera a adecuada. Agotado, con dolor de piernas, muy incómodo, sentado en una banca de metal, soporté 11 horas para ser canalizado y que me dieran una cama. Después de dos horas me pusieron la transfusión de sangre, por supuesto que mi dolor de piernas no desapareció y mi insuficiencia cardiaca no tuvo descanso, no es un resfriado.

Hubo una enfermera que se encargó de encuestar a los pacientes de urgencias: “¿Consume usted alcohol o ha consumido? ¿Con qué frecuencia? ¿A qué edad empezó? ¿Qué problemas tuvo por su manera de beber? ¿Usa o  usó algún tipo de drogas? ¿Durante cuánto tiempo? ¿A qué edad  empezó?”. Todas las respuestas que escuché, no hicieron otra cosa más que recordarme de dónde vengo y confirmar en mí, la gran ignorancia que prevalece en la mayoría de la gente respecto a la maldita enfermedad del alcoholismo. Al respecto, me hizo reflexionar profundamente sobre mi cruda realidad, pensar severamente ante la nula calidad de vida que tengo, a la problemática de salud que ofrezco gracias a las consecuencias de mis abusos, los excesos en el consumo de sustancias, las mal pasadas, mal dormidas y mal comidas. Reflexioné sobre la frase que cita en una canción José José: “Fui de todo y sin medida”.  Recordé que el hubiera no existe, llegué a la conclusión de que fui un borracho irresponsable e inconsciente, tiré salud, oportunidades, tiempo, dinero y hoy sufro las consecuencias de esta perra enfermedad, maldita enfermedad perversa del alma: la Saliva del Diablo.

Muchas veces, comenzábamos en las cantinas, comiendo botanas, bebiendo tequila y cerveza mientras jugábamos dominó, eran tandas o rondas de bebida a cada rato, tomaba como si el alcohol se fuera a acabar, una tras de otra. Así pasábamos las horas en la cantina, ya no regresábamos a trabajar. Era todos los días, de ahí, la seguíamos en algún bar o en la casa de uno de nosotros, a seguir bebiendo hasta al cansancio, hasta quedar como arañas fumigadas. Al día siguiente, crudo, vomitando y sintiéndome de los mil demonios. Al poco rato, curándome en alguna cantina y de nuevo despertando la ansiedad, es decir, volver a empezar con singular alegría; era más de lo mismo, todos los días, mientras que, sábado y domingo, las borracheras eran en casa, hasta caerme dormido y quedar totalmente noqueado. Cuando llegó la cocaína a mi cuerpo, podía aguantar más tomando, incluso un buen jalón de polvo me quitaba lo borracho, la resaca al día siguiente era terrible: el dolor de huesos insoportable y el dolor en las fosas nasales, también. Luego le agregué morfina; sinteticé a mi cóctel para quitarme el dolor de huesos y me hice adicto a los antidepresivos, mi ansiedad era tan alta, que llegué a fumar  tres cajetillas de cigarros al día.

Llegué a pesar menos de 50 kilos, consumía de 10 a 15  pases de cocaína, me inyectaba tres miligramos de morfina tres veces al día, me tomaba una botella diaria de vodka; consumía todo tipo de antidepresivos, me quedé solo, perdí mi programa en la radio, quebré en todos los sentidos, me quede en la ruina espiritual. Mi madre, pudo haber cerrado esa llave, que en promedio eran más de mil pesos diarios, ella vivía en mi casa por  temporadas, vivió mi decadencia, mis delirios de persecución, fue testigo de mi celotipia infernal, de mi vida incongruente, pero no sabía cómo ayudarme, no tenía la información, se sentía culpable y responsable de mi situación. No hubo límites de su parte, en esa temporada, me fui  vivir con ella a la CDMX. Todas las noches, todo el tiempo, había ron y muchas botellas de licor, yo me empinaba la pata de elefante, de Bacardi, por supuesto, acompañada de mis pases de cocaína. Ahí estuve cerca de un año, bebiendo y drogándome de noche, durmiendo de día, estoy seguro, que si mi madre hubiera tenido la información, la orientación, ella hubiera trabajado en su armonía y hubiera puesto límites, como dejarme sin dinero o échame de su casa. No lo hizo, me apapachaba demasiado, diariamente me mandaba el desayuno a la cama a las dos o tres de la tarde, a la hora que me despertara, y sin faltar mis cervezas bien frías.

Cuando voy a las escuelas, les hablo a los niños de mis fondos, de mi vida incongruente: “Traté de matar a mi mujer”, les digo. Ahorita estaría en la cárcel sentenciado por asesinato. Les despierto la reflexión, al mencionar que yo llegué a ese momento de haber pretendido matarla, porque ella lo permitió, yo llegué hasta donde ella quiso que llegara. Estoy seguro que si la primera vez que la insulté, que le grité, que la maltraté, ella me hubiera dicho: “No voy a permitirte que me insultes”, no hubiera llegado a ese momento, pero llegué. Nunca hubo un límite. Muchas mujeres, no tienen la autoestima sólida, caen en el juego de la enfermedad y permiten que les hagan daño, no tienen respeto por ellas mismas y dejan a una pareja, después, salen de Guatemala y entran a “Guatepeor”. Ellas atraen las relaciones tóxicas y cuando hago alguna sugerencia, me dicen: “Ernesto, eso ya lo trabajé”. Sí, pero no lo has trascendido, caíste en el mismo juego y como que no lo creen, se dan casos, que después de algunos meses, después de haberse librado de un enfermo, conocen a alguien peor que el anterior. Y mientras no se tenga una liberación emocional, un crecimiento espiritual, una madurez e inteligencia, habrán de cometerse los mismos errores.

Hoy no hay tips, hay límites firmes que debes de considerar y cuando tengas fortaleza, debes de empezar con límites pequeños, pero sólidos, los limites grandes, los podrás poner en su momento, porque conozco a mucha gente, que al darles sugerencias, es como lavarle la cabeza al burro: pierdes el tiempo, el agua y el jabón, y hasta un patadón te andan dando.

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